Crítica de 'Lo carga el diablo': Living y p’alante ★★★

Un muerto en el congelador con la cabeza tapada que pronto perderá una de las manos. Un sacerdote grandote y gordito que explica el último deseo del fiambre, y un hermano, el de este y llamado Tristán, que, escritor frustrado, debe cargar con el cadáver y recorrer el país casi de punta a punta para enterrarlo en Benidorm sorteando cien movidas y personajes estrafalarios mientras no deja de comprar bolsas de hielo para volcarlas en el maletero del coche y evitar que el finado se descomponga vivo con tanto calor.

Y una opera prima, en fin, sumamente divertida, una comedia negra disparatada, racial, entre el cine independiente norteamericano y un casticismo cañí que no se puede aguantar con esas localizaciones naturales pobladas de bares cutres, moteles guarrillos y algún que otro tipo levemente lyncheano.

En resumen, y miren qué bien, una ágil road movie en la que aparecen desde una sanguinaria asesina a sueldo (divina Antonia San Juan) hasta Alex, la joven un poco impertinente pero que sabe cómo despertar al anestesiado y deprimido protagonista, la propia madre de Tristán, una mujer que los abandonó siendo ambos adolescentes tras quedar viuda de un delincuente para vivir la vida loca o dos policías al que los une algo más complicado que el coche patrulla. Sí, mejor que nos hagamos todos en ciertos momentos un «living y p’alante» que ya bastante debemos aguantar.

Lo mejor: Es una divertida comedia negra con una frescura y descaro que se agradecen actualmente.

Lo peor: En algún momento el, por otro lado, buen ritmo de la película decae más de lo deseado.