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cultura
Crítica de «Las vidas de Sing Sing»: El poder sanador del teatro ★★★
Directora: Greg Kwedar. Guion: John H. Richardson, Brent Buell y Clint Bentley. Intérpretes: Colman Domingo, Clarence Maclin, Sean San José, Paul Raci. Estados Unidos, 2023. Duración: 107 minutos. Drama.

En los escritos del ruso Yevgueni Vajtángov sobre el arte de la interpretación, fuertemente influenciados por el método Stanislavski, podemos encontrar las ideas más interesantes de «Las vidas de Sing Sing», que la vinculan con un proyecto similar, el «César debe morir» de los hermanos Taviani. Vajtángov defendía que el objetivo principal del oficio del actor era «hacer de su mentira una verdad», algo que surge de su fe en la realidad de lo que no existe y de su capacidad para contagiar esa fe en el espectador. Esa fe en lo invisible es lo que hace que unos cuantos presos de Sing Sing utilicen el programa de teatro de la cárcel para buscar la verdad de sus afectos detrás de las máscaras de sus personajes en una especie de terapia de grupo reconvertida en reivindicación del poder de la imaginación para facilitar el paso definitivo a la reinserción social. Greg Kwedar se ha preocupado, como lo hicieron los Taviani, de documentarse profusamente y de incorporar a presos reales en su película: con la excepción de Colman Domingo, todos ellos se interpretan a sí mismos mientras preparan una obra cómica, una miscelánea de épocas y tradiciones actorales en la que se citan gladiadores, príncipes egipcios, Freddy Krueger y, cómo no, Hamlet para celebrar el teatro como viaje en el tiempo de las identidades y como parte de una cultura popular que no sabe de prejuicios. En esa excepción, la de Colman Domingo, está el problema del filme, que los Taviani supieron evitar. Domingo es la «mentira» de «Las vidas de Sing Sing» que intenta camuflarse entre las historias verdaderas de la película. Su personaje, que es el de un hombre letrado y comedido que está cumpliendo pena por un asesinato que no cometió y que sigue lidiando con la justicia para lograr su libertad, es el único que parece inventado; que parece, en fin, fuera de lugar en el contexto de una película carcelaria que, por otro lado, decide eludir voluntariamente los clichés del género –la violencia sufrida en los interiores de una institución penitenciaria como Sing Sing no existe, está borrada por completo– para señalar como culpable a la desconfianza de la justicia en la posibilidad de redención de los presos. Es significativo que sea un miembro del tribunal de apelación el que sospeche en voz alta de la sinceridad de Domingo al pedir la revisión de su caso, acusándole de «actuar» para seducir a la audiencia. Y en verdad el filme traiciona su lado documental, su dimensión más noble y cruda, porque Domingo necesita crearse como ficción que marca las pautas dramáticas de la trama, que define sus apuntes sociales y que lo decanta peligrosamente hacia un buenismo, hacia un sentimentalismo que «Las vidas de Sing Sing» no necesitaba. Lo que reivindica un proyecto como el de Rehabilitación a través de las Artes (RTA) de Sing Sing es lo importante de establecer una relación de grupo, la participación en una energía de creación colectiva. Al margen de su pericia como actor, Domingo se erige en baluarte de lo individual, y por ello representa la mentira en una película que quiere buscar la verdad en la materia de lo real.
Lo mejor: La dimensión documental que pone en valor el poder rehabilitador del teatro
Lo peor: Domingo destaca demasiado en una cinta que pide una aproximación más naturalista
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