Crítica de 'Modigliani, tres días en Montparnasse': A Depp se le fue la cabeza ★★

Nos preguntamos qué tenía en la cabeza el gran Johnny Depp, o cuántas copas de vino se tomó antes, cuando decidió dirigir este «Modigliani, tres días en Montparnasse» que es un purito disparate. Rodada intercalando el color con escenas en blanco y negro, aunque todavía nos preguntamos cuál era el patrón a seguir para inclinarse por cada opción (bueno, a veces, para homenajear al cine mudo, a saber el motivo), podemos decir que el resultado desconcierta y hasta se antoja petulante. 

Y desde el arranque, cuando, en el París de 1916, Modigliani rompe la vidriera de un famoso restaurante tras realizar una serie de cabriolas y hacer varios comentarios dignos del mismísimo Jack Sparrow. Tras escapar, protagoniza una caótica serie de acontecimientos en las calles de una capital francesa devastada por la Primera Guerra Mundial junto a sus compañeros de fatigas y pinceles, Maurice Utrillo y Chaim Soutine. Algo parecido a la valleinclanesca «Luces de bohemia» pero aún con más alcohol encima. Y mientras Modigliani sigue de un lado para otro, en casa le espera la periodista Beatrice Hastings, pareja y musa del pintor. La policía le sigue el rastro al artista, que, frustado por la falta de reconocimiento que sus cuadros y esculturas cosechan, piensa en abandonar la ciudad.

 Y, mientras se suceden las toses sanguinolentas (Modigliani padecía de tuberculosis) y las alucinaciones, que parecen, por decir algo, resaltar la añoranza de la infancia transcurrida en su Livorno natal, el filme llega al clímax postrero cuando el creador se enfrenta a un coleccionista americano, Maurice Gangnat, que podría haberle cambiado la vida. En resumen: Jonnhy, mejor para la próxima colócate delante de la cámara, que aún estás de muy buen ver.