Estreno

Crítica de "Desconocidos": El duelo, ese asunto de fantasmas ★★★

Dirección y guion: Andrew Haigh basado en la novela de Taichi Yamada. Intérpretes: Andrew Scott, Paul Mescal, Claire Foy, Jamie Bell, Carolina Van Wyhe. Reino Unido, 2023. Duración: 105 minutos. Drama.

Andrew Scott (izda.) y Paul Mescal en "Desconocidos" ("All of Us Strangers")
Andrew Scott y Paul Mescal protagonizan "Desconocidos" SEARCHLIGHT PICTURES

Parafraseando a David Foster Wallace, en “Desconocidos” Andrew Haigh quiere demostrar que todas las historias de duelo son historias de fantasmas. El duelo es la crónica de una cuenta pendiente, el amor incondicional por la pérdida, y ahí vive instalado Adam (Andrew Scott), en la soledad de un rascacielos prácticamente deshabitado, con un solo vecino, Harry (Paul Mescal), al que rechaza en otra noche consigo mismo. Es ese rechazo, ese empecinamiento en la orfandad, el que le impulsa a visitar la casa de su infancia, y allí se encuentra con los fantasmas de sus padres, a los que perdió a los doce años en un accidente de coche.

Una de las virtudes de “Desconocidos” es la naturalidad con que Haigh introduce ese universo paralelo en el imaginario realista de la película, y aprovecha las posibilidades dramáticas de ese encuentro, que se repetirá a lo largo del desarrollo de la trama en paralelo a su relación romántica con Harry, que se abre a la confesión a media voz y al deseo tentativo con espontánea calidez. La idea es preciosa: por un lado, la felicidad de resucitar a tus seres queridos justo en el momento en que desaparecieron, en el tiempo suspendido de un recuerdo idealizado, que es el de la inocencia interrumpida; por otro, el dolor de saber qué piensan de tu vida, experimentar su decepción cuando descubren que no eres la persona que esperaban que fueras.

Esa tensión entre la alegría y la frustración, que se materializa en todo lo que ha hecho de Adam un hombre vacío, angustiado, con miedo al compromiso, late en el corazón del filme. En ese sentido, Andrew Haigh se muestra especialmente perspicaz cuando habla de lo que significa ser gay en el siglo XXI, y cuando explica cómo Adam vive, de un modo concentrado y doliente, la respuesta de sus padres a un ‘outing’ tardío. El director de “Weekend” es un maestro de lo que se dice entre líneas, y las mejores escenas de “Desconocidos” son las que trabajan la intimidad entre los vivos y los muertos y entre los cuerpos que aprenden a amarse, que se identifican en la angustia de la orfandad.

Más discutible nos parece el tercio final del metraje, donde Haigh, que aquí firma su película más pulcra, está a punto de dar al traste con todo lo que ha conseguido hasta entonces. Las citas espectrales empiezan a hacerse repetitivas, y la película empieza a sentir adicción por un sentimiento trágico, victimista, de la vida que resulta impostado. Algo que se reafirma con un brusco giro de guion que se revela como una trampa efectista, impropia del autor de la magnífica “45 años”. Es entonces cuando “Desconocidos” se reboza sin rubor en una mística azucarada, más cercana a la filosofía de libro de autoayuda o a la estética de postal estrellada de San Valentín que a una reflexión seria, serena y sensible sobre la soledad de la diferencia.

Lo mejor:

La química entre Scott y Mescal y la capacidad de Haigh para sublimar los momentos de intimidad emocional.

Lo peor:

En su tercio final Haigh confunde espiritualidad y trascendencia con cursilería de postal.