Crítica de "La piedad": el rosa tóxico de Eduardo Casanova ★★☆☆☆
Dirección y guion: Eduardo Casanova. Intérpretes: Manel Llunell, Ángela Molina, Macarena Gómez, Ana Polvorosa. España, 2022. Duración: 84 minutos. Drama.
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A Eduardo Casanova, como al Yorgos Lanthimos de “Canino”, le gusta subvertir la semántica de los signos, de las palabras y de los colores. Así las cosas, el rosa, tan inocente, se vuelve envoltorio culpable. La maternidad, que es sinónimo de protección, es ahora toxicidad. La enfermedad, genéticamente venenosa, nos quita la venda de los ojos. En esa política de resignificación que ya vertebraba “Pieles” -la sublimación de lo anómalo para convertirlo en norma- introduce ideas muy interesantes -entender la política de los cuidados como un síntoma de una dependencia emocional patológica- que se diluyen entre el artificio de una puesta en escena devorada por su extremo manierismo.
En este melodrama que oscila entre el distanciamiento brechtiano de Fassbinder y la parodia ‘kistch’ de John Waters, con aspecto de una fotografía de Pierre et Gilles en movimiento, Casanova examina la relación tóxica que une a una madre (inquietante Angela Molina) con su joven hijo (Manel Llunell), al que trata como un niño en una jaula de oro rosa; relación con tintes incestuosos que amenaza con tambalearse cuando él enferma de cáncer. Enemigo de las sutilezas, Casanova compara ese vínculo neurótico y destructivo con la dictadura de Corea del Norte, en una historia paralela que, lejos de politizar el concepto de familia como institución de control, se añade de una forma un tanto postiza a una trama principal que, también, se subdivide en desvíos culebronescos -la búsqueda del padre desaparecido- que desvían la atención del clima opresivo, casi de película de terror, que se cierne sobre madre e hijo en su cárcel de mármol. “La piedad” está demasiado enamorada de su propuesta estética, que se agota en sí misma aplastando un cuento enfermizo que, tal vez, habría expandido su potencial desde una aproximación formal más realista.
Lo mejor:
Parte de una idea potente, la de patologizar la maternidad como sublimación narcisista subvirtiendo la política de los cuidados.
Lo peor:
Sus excesos manieristas y su innecesaria trama coreana.