Crítica de cine

«Dunkerque»: eléctrico y apabullante

La Razón
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Christopher Nolan. Brian Fee. Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles. Holanda-Gran Bretaña-Francia-EE. UU. , 2017. 107 min.

A todo gran cineasta le toca ser mariscal de guerra. Eso es lo que debe de haber pensado Christopher Nolan repasando la carrera de Kubrick («La chaqueta metálica»), Coppola («Apocalypse Now»), Eastwood («Cartas desde Iwo Jima»), Spielberg («Salvar al soldado Ryan») y Malick («La delgada línea roja»). Si cada uno de ellos aspiró a dejar huella en un género tan codificado y áspero como el bélico, el director de «Memento» no podía ser menos. Adicto a los puzles narrativos, convierte la evacuación de las tropas británicas de Dunkerque en un rondó de tiempos cruzados. A la tierra le corresponde una semana, al mar un día y al aire una hora: es una ingeniosa, brillante manera de asociar los elementos con un punto de vista y una duración que, en algún momento, coincidirán en la diégesis. Empiezan, no obstante, las paradojas: si Nolan apuesta por un cine inmersivo –y los primeros veinte minutos de «Dunkerque», probablemente lo mejor que haya filmado nunca, son toda una experiencia– se boicotea a sí mismo desubicando al espectador en el relato, provocando una distancia que reduce su vínculo emocional con lo que ve. El presunto experimento narrativo de Nolan tiene más interés en el plano de la teoría que en el de la práctica, porque el horror de la guerra se pasa por el forro el esplendor geométrico de la mente de este aspirante a Dios intentando ordenar el caos. Desde un punto de vista argumental, la historia más potente –la única, en realidad, con suficiente entidad dramática para sostener los excesos sinfónicos de la propuesta de Nolan y su compositor, Hans Zimmer– es la del soldado británico capaz de hacer cualquier cosa para salir de esa ratonera que los alemanes están a punto de dinamitar. Su odisea tiene la fuerza del cine silente, solo que con los efectos de sonido a flor de piel. En continuidad, su via crucis, que abarca todo el arranque y una secuencia espléndida en el vientre de un barco agujereado por las balas, es la columna vertebral de la película. Lo que queda no es poco, aunque el conjunto valga menos que la suma de sus partes. Imágenes para el recuerdo: el vuelo sin motor de un avión acariciando el mar, el ritmo de la marea definido por los cadáveres que devuelven las olas, los esfuerzos de un piloto por salir de su cabina mientras se inunda... El montaje en paralelo de los distintos tiempos del relato permite que Nolan organice un encadenado de «cliffhangers» que suple las carencias narrativas de un filme que, sin duda, es una experiencia intensa, eléctrica, apabullante.