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Estreno

«El hijo de Saúl», atroz y desenfocado genocidio

«El hijo de Saúl», atroz y desenfocado genocidio
«El hijo de Saúl», atroz y desenfocado genocidiolarazon

Géza Röhrig protagoniza un duro filme sobre el Holocausto que entra hasta las cámaras de gas. Está nominada al Oscar a Mejor Película en Lengua no Inglesa y ha ganado el Globo de Oro.

Mencionar Auschwitz es hablar de lo indecible. ¿Es posible escribir sobre aquello para lo que todas las palabras son insuficientes? ¿Mostrar en imágenes sobre aquello lo que apenas existen documentos grá-ficos? Pocos escritores o directores se han atrevido a llevar al lector/espectador al interior de las cámaras de gas. El escritor ruso Vasili Grossman es uno de ellos. Lo hace en su novela «Vida y destino». El director László Nemes es otro de esos valientes. En su película «El hijo de Saúl», un intenso filme sobre el exterminio nazi que ha ganado el Globo de Oro a la Mejor Película en Lengua no Inglesa y que ahora está nominado al Oscar en la misma categoría (es la cinta favorita), el cineasta se adentra en el epicentro del horror sin ninguna clase de ataduras. Y lo hace a través de su protagonista, Saúl, interpretado por Géza Röhrig, un actor familiarizado con lo que sucedió en los campos de concentración, que ha visitado en varias ocasiones. «No es más importante recordar el Holocausto que cualquier otro genocidio, como, por ejemplo, el de Camboya, donde murieron miles de personas, o los que sucedieron en otros lugares, como Rwanda o Bosnia. Todos los genocidios son igual de importantes, y el número de personas que sufrieron en ellos resulta irrelevante. Es fundamental que todos recordemos estos terribles hechos, porque hablan de lo que los hombres somos capaces de hacer. La brutalidad y la maldad están en nosotros, pero es una elección, y está muy bien saber hasta dónde podemos llegar con la violencia para evitarla», comenta.

Este filme directo, sin concesiones, se arriesga hasta con los tabúes, sobre todo con uno de los que suele soslayarse en las películas que han abordado este tema: los sonderkommandos, las unidades de trabajo integradas por judíos, y también por no judíos, destinadas por los alemanes a trabajar en los crematorios y las cámaras de gas, y que, por eso, en los compases finales de la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en un objetivo preferente de los nazis: eran los testigos indeseados de las matanzas sistemáticas que habían llevado a cabo. «Ellos tenían sus tareas, sus ocupaciones, y debían ser, por eso, fuertes mental y físicamente para poder soportarlo. Debían enterrar los sentimientos», asegura Röhrig para luego afirmar: «En las versiones de Hollywood del Holocausto no suele verse esto. Las personas de un campo de concentración tenían muy pocas oportunidades de sobrevivir, pero alguna sí tenían. Éstos, aunque vivían apartados del resto, apenas se comunicaban con los demás presos y vivían en edificios separados, sus oportunidades de salir vivos de esos sitios era prácticamente ninguna. Ellos mismos sabían que iban a morir».

Supervivencia

Comprender la mentalidad de estos grupos de hombres resultó lo más duro en la preparación de Géza Röhrig para este papel. «Tenía que ser capaz de entender a la gente que había sido destinada a encargarse de estos puestos, de conocer cuáles eran sus sentimientos. Hay que pensar que allí estaban pendientes de la supervivencia durante todos los minutos de todas las horas del día. Cada uno de los segundos. Si cometías un error, te podían disparar. Estaban concentrados en vivir, en conseguir comida, en respetar las reglas».

El filme se centra en la obsesión de Saúl, un judío húngaro deportado, por enterrar, siguiendo los ritos de su religión, el cadáver de un niño que, después de haber sobrevivido a las cámaras de gas, ha sido asfixiado sin ninguna clase de clemencia por unos oficiales nazis. «Debemos tener en cuenta que existe mucha muerte alrededor de Saúl. Este chaval es el segundo que sale con vida de las cámaras de gas, como se explica en el filme. Lo que despierta un profundo sentimiento de empatía en el protagonista. Él está muy agradecido a ese muchacho porque, hasta ese preciso instante, apenas poseía emociones. Hay que pensar que se siente casi como un robot. Entonces se pregunta qué puede hacer por ese adolescente al que se le ha devuelto la capacidad de sentir en un lugar como ese. En las condiciones en las que se encuentra sumergido, lo mejor, lo más adecuado, es intentar enterrar su cuerpo con la mayor decencia posible».