Incendios

En primera línea de fuego

En primera línea de fuego
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«La vida en llamas» recoge el trabajo de la Brica, el grupo forestal que antes llega a los incendios.

Ocho y cuarto, llegada de la Brica a la Sierra de Huelva en el «Hotel 8». Antes que nadie. Los primeros. Veinticuatro manos dispuestas a darlo todo por terminar con una de las epidemias del verano: los incendios. Horas de soledad durante los instantes clave. Con las llamas comenzando a devorar el monte y con las unidades terrestres, incapaces de llegar, fuera de juego. Prácticamente caídos del cielo, de ese helicóptero que les traslada de la base a la «zona cero», y que si hay suerte –siempre que no sea de noche– podrá ayudarlos con alguna que otra descarga aérea. Armados con apenas dos motosierras para cortar los matorrales –o «combustible»–, un par de azadas que permitan crear un rápido cortafuegos y alguna que otra herramienta de mano. Agua, la justa, la que puede caber en una botella de dos litros, y refresco. Nada más. El hombre contra la naturaleza desbocada, en ocasiones, a causa del propio hombre. 00:15, acceden los camiones cisterna. 01:20, incendio estabilizado.

Éste es el pan nuestro de cada día para la Brigada Especializada en Incendios de la Comunidad de Andalucía (Brica), unidades que se entregan en cuerpo y alma, hasta donde haga falta, por extinguir las llamas que se les pongan por delante. Un grupo de élite que Manuel H. Martín ha recogido en «La vida en llamas» harto de «ver planos generales de casas y bosques ardiendo, multitud de personas trabajando, aeronaves cargando y soltando agua...». Le faltaba «ese algo que hay detrás de las imágenes», casi siempre desoladoras. Ese lado humano de los «héroes» de la tragedia. Esa gente que se juega la vida en cada salida, dejándosela allí en ocasiones. Brigadas a las que Martín ha querido dar un homenaje y reconocimiento contado sus historias, a la vez de «concienciar a las personas de la importancia de conservar la naturaleza», explica. Hacer visible la labor de unas persona que pese a exponerse al fuego como un bombero más no tiene la categoría de tal.

w Tres historias en una

Para ello, la producción se mete en la base de la Brica de Aznalcóllar para contar tres historias. Diferentes, pero con un objetivo y vida comunes. La de un líder, un novato y un veterano. Gustavo, «Curiño» y Abarca. Un rodaje que ha durado dos veranos y que aborda las vidas de un experto en montes y fuego con once hombres a su cargo a los que deberá guiar entre el crujir de los troncos devorados, y la de dos personajes que vivirán su primer y último verano en la lucha contra incendios. Especialmente emotiva la de un Francisco Abarca, que a sus 62 años deberá abandonar la primera línea para «retirarse» a la torre de vigilancia de Madroñalejo. De jefe de Brigada a torretista. Un hombre que ha podido con cientos de fuegos, pero que no ha logrado vencer a la burocracia, por la que se ve relegado –a pesar de superar las pruebas físicas con un 8– a una tranquilidad que ni busca ni quiere. Gente de campo que vive su trabajo al 100%, que «si pudiera salir todos los días a un incendio, iría», afirma.

«La vida en llamas» trae la tensión de ponerse cara a cara ante un fuego para domarlo y la angustia que viven las familias, pendientes en cada momento de recibir un SMS o un whatsapp con un simple «ok», cuenta Sonia, mujer de Gustavo. «Porque aquí la concepción del verano no es playa, descanso, vacaciones y disfrute, en cada base de la Brica el calor de mayo a septiembre significa tensión, alerta», dice el director.

Un reportaje que ha sabido recoger ese «ruido que impone, que parece estar vivo y que suena como si fuera un avión» desde dentro del propio fuego, acompañando a los brigadistas en cada salida que hacían y exponiendo a los cámaras a los mismo riesgos que estos guardas forestales. Película documental que trasladará al espectador ese «olor que se impregna en la piel y que se queda ahí durante tres días».