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«Gravity»: Perdidos en el espacio

Director: Alfonso Cuarón. Guión: Alfonso y Jonás Cuarón. Intérpretes: Sandra Bullock y George Clooney. EE UU-GB, 2013. Duración: 90 minutos. Ciencia-ficción.
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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La historia del cine es la historia de sus cambios tecnológicos. Las grandes rupturas estéticas del séptimo arte no pueden entenderse sin la evolución de la técnica. Pero en estos tiempos digitales, la imaginación del hombre, o su obsesión por representar una realidad imposible, está obligando a la técnica a reinventarse a una velocidad de vértigo. Para conseguir la sensación de continuidad ingrávida del plano secuencia de arranque –el más virtuosista del año, y nos quedamos cortos– Alfonso Cuarón invirtió cuatro años en los que empujó a la tecnología a avanzar a pasos agigantados. El cine es más grande que la ciencia.
Sin embargo, la gran virtud de esa secuencia no es sólo el alarde estético, sino su capacidad para sintetizar el conflicto dramático de la película (fragmentos de un satélite ruso colisionarán con la estación espacial americana donde trabajan tres astronautas, matando a uno y dejando a la deriva a los otros dos), las relaciones entre los personajes y su idiosincrasia emocional (sin que nunca les veamos las caras, reduciendo a Clooney y Bullock al anonimato de un cuerpo que flota en la nada) y su relación con un espacio tan vasto, tan carente de asideros, que resulta enormemente claustrofóbico.
El Kubrick de «2001» hubiera estado orgulloso de Cuarón. Se exprimen las posibilidades narrativas de la situación única y las 3D, por una vez, están planteadas como instrumento capital para crear una experiencia inmersiva cercana al IMAX. Como película de supervivencia, «Gravity» se te pega a la piel. Y visualmente es un «tour de force» que parece no tener límites.
¿Qué ocurre cuando Sandra Bullock asume el protagonismo del filme? Tiene que quitarse la escafandra, permitirse primeros planos, cargar con la mochila de un relato para sí misma. Hasta cierto punto, la maniobra es lógica: «Gravity» es la película de un gran estudio que, por mucho que se arriesgue, necesita una estrella como anclaje. El problema no es Bullock, que empatiza sin sobreactuar con esta mujer cansada de luchar con los elementos. El problema es lo que implica simbólicamente Bullock, los sellos que marcan su pasaporte como actriz, y que, inevitablemente, contagian a la película de una deriva sentimental que no necesita en absoluto. Suponemos que es el peaje que Cuarón tenía que pagar por gozar de una inédita libertad creativa en el entorno de Hollywood. Peaje que, al final, intenta maquillar con una metáfora del renacer que le acerca el mensaje del filme al del peor «new age».