Crítica de cine

«Hereditary«: No podemos escapar de lo que somos

La Razón
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Ari Aster. Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro, Ann Dowd. EE UU, 2018. 126 minutos. Terror.

Una sencilla esquela, el entierro de una anciana, la última e inusualmente nutrida despedida, y Annie (descomunal Toni Collette), su hija, que confiesa lo extraña que era aquella mujer cuando quería, y quiso casi siempre durante la compleja infancia de Annie. La muerta le deja en herencia la destartalada casa donde vivía, una caja llena de libros esotéricos, algunas fotos, los transtornos mentales que aquejaban a varios antepasados y un puñado de sucesos paranormales que despiertan pronto entre esas cuatro paredes. Sin embargo, ni imaginen que se toparon con la vieja historia de mansión encantada. Y allí apechuga Annie como puede con los fantasmas del pasado, con el aparente perdón al fin, al tiempo que construye escalofriantes casas de muñecas aunque sepa que jamás llegarán a tiempo para la exposición prometida. Pero no está sola, porque Annie es una mujer casada con un pobre tipo que no entiende de qué va la vaina y dos adolescentes, que, por lógica, resultan sumamente complicados. Sobre todo, ella, la niña, el ojito derecho de la abuela. En el fondo, la asombrosa y escalofriante opera prima de Ari Aster parece una lyncheana casa de muñecas dentro de otra y otra mientras que, a la vez, los secretos de cada una se esconden en el interior de la siguiente, hasta la eternidad y puede que más allá incluso. Annie cree que se volverá loca cuando el azar vuelve a golpearla y reconoce no poder «con este dolor», pero el dolor no cesa y debemos ser fuertes o aparentarlo. Desconcertante cuento de terror que esconde, asimismo, un drama familiar, una descomposición, de proporciones mayúsculas, una historia sobre el sentido de la pérdida y el de la maternidad (y alguna que otra oscura lectura, como la religiosa), la película zarandea al estremecido espectador con bruscos vaivenes argumentales, escenas realmente impactantes e insalubles giros polanskianos sin saber muy bien por qué el miedo se apodera del estómago desde las primeras escenas y hasta que aparecen los créditos finales, qué causa esa pavorosa sensación de que está todo perdido. Un libro hechizado, la promesa de alguien para conectar con el mundo de los ausentes, una rara jovencita alérgica, la sombría buhardilla que esconde una de las claves y muchos, muchísimos sustos auténticos. Los esfuerzos, el combate, las lágrimas no sirven de nada y la sangre acaba, definitivamente, cobrándose su legado. Estamos malditos desde la cuna y una nueva y demoniaca forma de poder ha nacido. O vuelto a nacer.