San Sebastián

Hugh Grant: «No soy un ‘‘sex symbol’’, si acaso una curiosidad»

Hugh Grant encandila en San Sebastián, ciudad a la que vuelve casi 30 años después para presentar «Florence Foster Jenkins».

Hugh Grant a su llegada hoy al hotel de San Sebastián, donde presenta su película "Florence Foster Jenkins".
Hugh Grant a su llegada hoy al hotel de San Sebastián, donde presenta su película "Florence Foster Jenkins".larazon

Hugh Grant encandila en San Sebastián, ciudad a la que vuelve casi 30 años después para presentar «Florence Foster Jenkins».

¿Cómo no quererlo? Ésa es la cuestión. Sólo alguien con el nivel de dandismo de Hugh Grant en un mundo a menudo relamido y fariseo (el del cine, por supuesto) es capaz de sentarse sin arrugar un milímetro su chaqueta ante medio centenar de periodistas y resumir su trayectoria en algo tan simple como: «Intento hacerlo lo mejor que puedo para que mis películas sean entretenidas y no demasiado tontas. Eso es todo». Y si encima lo adoba con una de esas sonrisas de eterno canalla, consciente de su máscara, seguro de que su cinismo vale más que el discurso trascendente de otros, ya está todo hecho y dicho. ¿Cómo no quererlo entonces? Y cómo no acordarse de Spencer Tracy: «Sal a escena y procura no tropezar con los muebles».

Grant llegó con su sosias a cuestas, ese que ya no se sabe si es su cine o su propia persona: el chico ligeramente enamoradizo, levemente perdonavidas que, aunque no sepa recitar a Catulo, siempre podrá decir que lleva la camisa impoluta y el dobladillo un centímetro mejor que lo exacto. «Ay de aquellos que no saben usar la máscara que eligieron», por decirlo con Barbey d’Aurevilly (y seguimos con el dandismo). No vino a recibir un premio Donostia, pero como si lo fuera. Tal era la expectación, tal el aparato de «selfies», de besos lanzados al cielo, por fin limpio de nubes, de La Concha. Las mismas muchachas histéricas de todos los festivales a las puertas del María Cristina: «No creo que yo sea un ‘‘sex symbol’’ para las jóvenes de hoy, si acaso una curiosidad», dice a sus 56 años. Grant ya estuvo aquí, en San Sebastián, con «Remando al viento»: «Vine en los 80, pero debía estar borracho porque no recuerdo nada». Su flema, su media sonrisa, barren de golpe tantos discursos articuladísimos y profundísimos como se gastan en estos eventos.

Con la máscara puesta

Ni siquiera para defender su película quiso quitarse la máscara. En cambio, tiró de ironía para hablar de su trabajo a las órdenes de Stephen Frears y junto a la gran Meryl Streep en «Florence Foster Jenkins» (que se presentó en la sección Perlas del Festival): «Yo no había trabajado con Frears. Es un director que habla poco, como Woody Allen (con quien coincidió en “Granujas de medio pelo”), y yo le tenía mucho respeto. Así que me preparé 20 preguntas inteligentes para él y él sólo me decía “yo qué sé”. Ése es su método: dejar que las cosas sucedan. Pero investigué mucho para esta película porque les tenía miedo, a él y a Meryl Streep. Ella es inteligentísima, un genio, así que era intimidador para un hombre que viene de hacer comedias románticas trabajar con una mujer nominada 19 veces al Oscar. He tenido que documentarme, leer diarios, cartas... hacer cosas que hacen los actores norteamericanos». Y ahí lo soltó, como quien no quiere la cosa.

Grant interpreta a St. Clair Bayfield, un actor sin fortuna en lo suyo que es marido y a la vez mánager de Florence Foster Jenkins, quizá la primera diva friki de la historia, una «socialitè» norteamericana de los años 30 y 40 que se hizo popular como la «peor soprano de la historia» y que llegó a llenar el Carnegie Hall en 1944. St. Clair siempre mantendrá a salvo el optimismo irreductible de Foster Jenkins, evitándole a menudo la verdad sobre su horrorosa voz: «La sinceridad puede estar sobrevalorada, ser algo aburrido y falso al cabo. Se puede ser un mentiroso y seguir siendo auténtico. No creo mucho en la verdad; es más importante mentir todo el rato». Siendo así, mister Grant, ¿cuánto hay de verdad, de usted, en lo que interpreta? «No creo que lo que veas sea yo, es una actitud británica. Cada cultura prioriza una cosa: los franceses, la comida y el sexo; los británicos damos menos prioridad a eso y más a las bromas».

El hombre que las enamoró a todas en «Notting Hill» o en «Love Actually» ni siquiera decidió ser eso que lo ha traído hasta aquí: «No creo que sea tan importante ser un galán romántico de cine. Yo acabé en esto por equivocación. Estaba esperando un buen guión dramático y lo que me llegaron fueron comedias. Aunque no es fácil interpretar a un galán, de hecho es difícil no resultar aburrido». Él, por suerte, sigue dando en el clavo.