Buscar Iniciar sesión

Jaime Rosales: «España es un país que se recrea en la humillación»

Nuestro realizador más querido por Cannes en la última década va en busca de nuevos públicos con esta historia con tintes de tragedia griega en la que una joven se integra en la masía en la que vive la familia de un artista cínico y malvado para descubrir si es su padre
larazon

Creada:

Última actualización:

Nuestro realizador más querido por Cannes en la última década va en busca de nuevos públicos con esta historia con tintes de tragedia griega en la que una joven se integra en la masía en la que vive la familia de un artista cínico y malvado para descubrir si es su padre.
Petra es una joven artista que llama a las puertas de Jaume, un creador consagrado, presuntamente para realizar una estancia artística en su taller, pero en su cabeza ronda la pregunta de si aquel hombre esquivo y enigmático, cínico hasta más no poder, es en realidad su padre. Con estos mimbres (y muchas otras circunstancias y pasiones que no revelaremos) se construye «Petra», la nueva cinta de Jaime Rosales, uno de nuestros cineastas más particulares, hasta el punto de ser uno de los pocos que tiene cabida en el Festival de Cannes, refractario desde hace años al cine español. La cinta protagonizada por Bárbara Lennie y Àlex Brendemhül (junto a Marisa Paredes y el debutante Joan Botey) se presentó de hecho en la Quincena de Realizadores del festival galo. Tragedia griega ambientada en nuestros días, en el Baix Empordà, «Petra» habla de la función y el sentido del arte, los vericuetos de la familia y la sangre, y ese destino inexorable que nos gobierna por encima de nosotros, sin que nada podamos hacer.
–Asegura que esta cinta es una apuesta personal por conquistar nuevos públicos. ¿Tiene la sensación de que muchos descubrirán a Rosales (cineasta prestigioso pero minoritario) con este filme?
–Esa era la promesa que estaba en el diseño de la película y sé que es un factor de riesgo. Ya lo veremos porque para mí «Petra» es como salir muy abiertamente en busca del espectador.
–Desde luego, quien vaya buscando grandes pasiones no saldrá decepcionado. La cinta, de hecho, se abre con una especie de coro griego que anticipa que lo que vamos a ver son comportamientos y circunstancias extremas...
–En esa búsqueda del espectador me he autorizado de manera muy consciente a escribir algo abiertamente melodramático, folletinesco, con muchos giros y con un malo malísimo inspirándome en Hitchcock, que decía que una buena película se basa en un buen villano y cuanto mejor sea, más buena será la película. Todos esos elementos están dispuestos para enganchar al espectador a la trama y que se deje llevar por los sobresaltos.
–Son giros en parte predecibles y en parte sorprendentes.
–Una de mis grandes influencias han sido Hitchcock y Tarkovski y cuando digo que los he mezclado a los críticos les cuesta entenderlo. La trama de «Petra» se basa en anticipar lo que va a pasar al espectador y a veces en la sorpresa. Algunas anticipaciones se han de cumplir y otras no. La sorpresa es buena cuando es necesaria, como dice Aristóteles. Por eso no me gusta Agatha Christie, porque presenta personajes que todos pueden ser el culpable de la misma manera y es imposible acertar para el espectador. Aquí, y en la tragedia griega, lo sorpresivo ha de ser necesario: el espectador tiene que decir «¡caramba!» y al mismo tiempo «claro...».
–La estructura por capítulos alternos (que recuerda en cierta manera a «Rayuela») ayuda a eso mismo, ¿pero no era una decisión arriesgada?
–«Rayuela» es una novela moderna que asume la ruptura del orden. La estructura de mi película está buscada, hay una idea de cine clásico y a la vez un uso moderno del tiempo, que se presenta roto. La película establece un juego lúdico con el espectador, y también parte de ironía en todo eso.
–A pesar de las pasiones desatadas, es una cinta en la que nadie alza la voz o, digámoslo así, se tira de los pelos. Tiene esa contención, esa austeridad muy propia de su cine.
–La austeridad está efectivamente en las interpretaciones, donde no hay exageración emocional, y también en el uso de los dispositivos fílmicos, con una sola lente con el mismo tipo de mirada, en la música, que hay poca y está colocada a destiempo... Hay una gran exuberancia en el guión y una gran austeridad en la manera de filmar.
–Después está su manera de rodar, con la «steadycam» paseándose continuamente por los espacios, dejando fuera de foco a los personajes y, desde luego, aplicando el fuera de campo a la violencia, otra de sus marcas personales.
–La manera de mostrar la violencia en el sexo y el cine es lo más característico de los directores, cómo te enfrentas a enseñar eso y desde dónde y qué manera: con la elipsis, la sublimación, la mostración... A mí me gusta hacerlo de manera elíptica, apuntarlo sin recrearme. Mis películas son muy «voyeurs» menos en el sexo y la violencia, que es algo más pudoroso.
–El villano de la cinta es un artista reputado. Es uno de los planteamientos más interesantes, el que desmonta la falacia de que un artista es bueno «per se» o que el arte nos hace mejores personas.
–El arte no mejora desde el punto de vista moral a un individuo o un grupo de personas. Los nazis eran cultísimos y les encantaba la música, la literatura y la pintura. Además, la biografía del creador no tiene ninguna relación con la calidad de la obra. Puede tratarse de una magnífica persona con una obra mediocre o de una persona pusilánime con una obra extraordinaria. El interés de la obra solo radica en ésta. Y su valor no es por lo que aporta a la sociedad sino el soliloquio artístico que ofrece al individuo que la ve. Ese es mi planteamiento.
–De hecho, últimamente está de moda revisar la faceta privada de artistas únicos como Picasso o Hitchcock. Hay incluso quien cree que sus conductas poco ejemplares invalidan sus obras...
–Yo, la verdad, no le veo interés a ir a escarbar en la biografía de artistas como tampoco lo veo con los hombres políticos. Podemos hurgar en la vida de Ghandi o de Hitler, pero en su entorno familiar a lo mejor Hitler era un tipo estupendo y Ghandi le ponía los cuernos a su mujer. El caso es que uno destruyó Europa y el otro lanzó un movimiento maravilloso. Me dan igual sus vidas. En el caso del arte, lo importante es lo que te ocurre a ti cuando estás ante «Las meninas» de Velázquez, no saber cómo era el artista.
–Petra va buscando un padre, y Lucas, el hijo de Jaume, lucha por escapar del suyo. Además, toda la cinta está trufada por el determinismo de la sangre y los lazos que nos unen a pesar, o no, nuestro.
–El tema de la familia me interesa mucho, es un fenómeno curioso: nos protege hacia el exterior pero internamente hay mucho conflicto, ya sea vertical (de padres a hijos y viceversa) u horizontal, entre iguales. Nos alimenta y nos da amor, pero también nos hiere. La tragedia griega siempre se basa en la familia, aunque fuese de reyes.
–Jaume, representante de una burguesía catalana refinada, tiene un trato más que humillante hacia sus trabajadores charnegos. ¿Estaba de manera consciente esta dimensión social en su cabeza?
–Hay algo de eso. Pero más que crítica lo que hago es ser preciso en el retrato, mostrar cómo se comportan los personajes. Es curioso que en todos los países existen diferencias de clases sociales pero en España se acentúa en comportamientos muy humillantes. Siendo muy español y sintiéndome afortunado de haber nacido en este país, hay cosas que me duelen mucho. En otros lugares no se recrean tanto en esa humillación.
–Bárbara Lennie, como siempre, está perfecta. Es la primera vez que trabaja con ella, a diferencia de con Brendemhül, uno de sus clásicos.
–Con Àlex lo tuve claro desde siempre, pero no sabía quién iba a encarnar a Petra. Hicimos varias pruebas y al final me pareció que Bárbara era la actriz que tenía los mejores atributos para este personaje. Tiene una gran solidez interpretativa, baraja muchas técnicas, es de personalidad fuerte y luego tiene un atractivo físico particular, su belleza es muy sutil, más indómita... Pero lo que más me satisface de los actores es que todos están en la misma cuerda, en el mismo tono interpretativo, con esa ligereza no enfática que quería.
Joan botey: el dueño de la masía que acabó haciendo de villano
El debut de Joan Botey como actor de cine es de lo más curioso. «Es el dueño de la finca donde hemos rodado la película», explica Rosales (en la imagen), quien siempre ha sentido predilección por los intérpretes amateur. El equipo del director dio con la masía de Botey en el Baix Empordà. Durante meses realizaron distintas visitas. «Primero fui yo solo, luego con la directora de fotografía... Y así varias veces. Se me ocurrió que él fuera el persopnaje de Jaume, sacarlo de un registro muy obvio de villano, de lo exageradamente cruel y hacerlo con un natural de la zona. Botey tiene alegría y ligereza pero también severidad en sus registros». Su descubrimiento para el cine no ha pasado inadvertido. ¿Volveremos a verlo en pantalla grande?

Archivado en: