Kawase, en todos los sentidos
Naomi Kawase se emociona hablando de «Hacia la luz», la historia de amor entre Misake, una redactora de audiodescripciones, y Nakamori, un fotógrafo que se está quedando ciego. En el filme hay varias escenas que describen el proceso de creación de esas audiodescripciones, que la directora aprovecha para definir su concepción del cine: «Es un error pensar que la imagen lo dice todo de una película. Las imágenes hay que sentirlas, y una persona ciega puede hacerlo. La palabra les ayuda muchísimo a integrarse en las imágenes, a tocarlas en cierto modo, a experimentar algo que puede permanecer inaccesible a todos aquellos que disfrutamos de una buena visión», explica. «Conocí a muchos audiodescriptores mientras escribía el guión, y es un trabajo que exige una relación con el cine muy intensa, que va más allá de lo que un espectador ve en una sala. Para mí era muy importante que las dificultades de ese proceso se entendieran, y que el público escuchara las impresiones de los invidentes al tomar contacto con las imágenes. Muchos ciegos no lo son de nacimiento y conservan recuerdos de todo lo que han visto, así que el encuentro entre esas imágenes que no ven, las palabras que encienden su imaginación y su memoria me parece fascinante», explica.
«Nada es más hermoso que aquello que desaparece ante tus ojos». Es una frase que oímos en «Hacia la luz» y con la que Kawase se identifica plenamente. «La belleza de lo efímero», evoca pensativa. «No sé por qué, pero lo relaciono con todo aquello que tiene que ver con la Naturaleza. Por eso siempre ruedo cerca del mar o de la montaña: permanecen, pero nunca son iguales». No es el único rasgo común al imaginario de la Kawase. También encontramos aquí su preocupación por los ancianos, encarnada en la abuela de la protagonista, que padece demencia senil. «Me crié con mi abuela, y Misake, como yo, no tiene padre», explica Kawase, que consagró una trilogía documental a examinar sus traumas familiares, que se resumen en una figura paterna ausente, que abandonó el hogar cuando ella era pequeña, y una madre que renunció a educarla. «Esas películas me sirvieron para reconstruir mi identidad. No es casual que la última, “Nacimiento”, estuviera consagrada a mi abuela, ya con 90 años, y a mi maternidad, que cambió mi visión del mundo –recuerda–. Lo considero un capítulo cerrado, pero es inevitable que haya rasgos autobiográficos en todo lo que cuento».