«La historia de Stanley Milgram»: Peligrosas marionetas

Yale, 1961. Stanley Milgram mira a la cámara y explica pormenorizadamente en qué consiste el experimento que llevará a cabo durante varios días y con un número considerable de individuos. La idea de este controvertido psicólogo es indagar sobre dos nociones,

las de obediencia y autoridad. Planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann, el criminal de guerra nazi que sólo alegó «obedecer órdenes» durante su juicio en Israel, la investigación pretende comprender cómo alguien puede cerrar los ojos ante la barbarie y acatar mandatos aunque supongan quitarle la vida a inocentes. Y de maneras brutales.

Judío, engreído y perseverante, al protagonista poco le importa que tachen su estudio de inmoral; sólo cree en las estadísticas, y éstas, las que escupen las pruebas, resultan terribles: la amplia mayoría de quienes participaron infligieron dolor a otro voluntario porque así se lo mandaron, porque alguien «lo pidió educadamente»... Casi nadie se negó. Casado con una mujer que lo venera (interpretado por Winona Ryder; parece que Hollywood ya ha perdonado a la otrora cleptómana gracias a la magnífica serie «Stranger Things»), Milgram marcha a Nueva York para proseguir investigando sobre la maldad (aunque él prefiere decir que somos «maleables»). Y, en los años ochenta, alguien le pide que hable sobre George Orwell y aquel libro visionario mientras otros, todavía, siguen tachándolo de «monstruo». Aunque el filme peca de la misma frialdad con la que expuso el psicólogo aquellas teorías, se trata de un «biopic», más que en la vida del protagonista, mucho más interesado en el trabajo en sí de Milgram; un trabajo que produce escalofríos. Marionetas nos llamó él, aunque confiaba todavía en nuestras débiles conciencias.