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“La importancia de llamarse Oscar Wilde”: El príncipe destronado

A Rupert Everett, que ha tardado más de una década en transformar en realidad el biopic del declive de Wilde, le pierde la ciega fascinación que siente por el personaje por la posibilidad de convertirse en él.

«Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida». Así reivindicaba Oscar Wilde el narcisismo inherente a todo enamorado del amor
«Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida». Así reivindicaba Oscar Wilde el narcisismo inherente a todo enamorado del amorlarazon

A Rupert Everett, que ha tardado más de una década en transformar en realidad el biopic del declive de Wilde, le pierde la ciega fascinación que siente por el personaje por la posibilidad de convertirse en él.

Dirección y guión: Rupert Everett. Intérpretes: R. Everett, Colin Morgan, Edwin Thomas, Colin Firth. Alemania-Bélgica-Italia, 2018. Duración: 105 minutos. «Biopic».

«Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida». Así reivindicaba Oscar Wilde el narcisismo inherente a todo enamorado del amor, aunque su tendencia a fabricar frases célebres, aforismos rebosantes de lúcido ingenio, podría hacernos dudar de la trascendencia de su mensaje, sobre todo para los que aún piensan en él como un adicto al canapé de lujo que no tenía ningún problema en morder la mano que le daba de comer. En cierto modo, a Rupert Everett, que ha tardado más de una década en transformar en realidad el biopic del declive de Wilde, le pierde la ciega fascinación que siente por el personaje, y, sobre todo, por la posibilidad de, prótesis mediante, convertirse en él, columpiándose en sus declamatorios excesos. Prefiere entonces entregarse a la dimensión más autodestructiva del autor de «El retrato de Dorian Gray» –esto es, la más oscarizable: cuando, después de dos años de trabajos forzados por sodomita, acepta volver con Lord Alfred Douglas, el amante que le traicionó, al que le dedicó, en la cárcel, una de las cartas más bellas jamás escritas, «De Profundis»– antes que utilizarlo como símbolo de la fama entendida como limbo de lo hipócrita, donde el éxito público y el pecado privado se repelen como agua y aceite. Así las cosas, navegando por una estructura narrativa discontinua algo caprichosa, Everett se apoya en «El príncipe feliz», el célebre cuento infantil de Wilde, para recordarnos que ese escritor que parece no haber escrito nunca, embebido de su facilidad para la oratoria y el espectáculo de su propia decadencia, entendió la literatura como un modo de explicarse a sí mismo antes de que el escándalo le propulsara hacia su lecho de muerte.

LO MEJOR

Demostrar que Wilde tenía un amor en la sombra, el de su amigo Robbie, menos histriónico y más auténtico

LO PEOR

Echamos de más los excesos de la interpretación de Rupert Everett, y de menos un tratamiento más literario del personaje