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La vida después de Yves Saint Laurent

larazon

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Aún no se ha acostumbrado del todo a su ausencia. Seis años después de la muerte de Yves Saint Laurent, a Pierre Bergé todo le recuerda al modisto fallecido, a su gran amor.
Aún no se ha acostumbrado del todo a su ausencia. Seis años después de la muerte de Yves Saint Laurent, a Pierre Bergé todo le recuerda al modisto fallecido, a su gran amor. Cincuenta años de vida común de los cuales, la mayoría los ha pasado a la sombra del maestro de la costura. Eso sí, moviendo los hilos del imperio empresarial que representaban las famosas iniciales YSL y tratando de mantener en vida a un genio que pasó los últimos veinticinco años de su existencia en el infierno de las adicciones. Cabe imaginar que muchos son los secretos que Bergé atesora y silencia, aunque sobre la tempestuosa relación que ambos mantuvieron poco queda por escribir o mostrar. La película de Jalil Lespert, «Yves Saint Laurent», que esta semana se estrena en España, explora todos los recovecos del personaje y de su intimidad. «Todos los hombres tienen un lado oscuro y otro luminoso. Mi vida con Yves no fue un cuento de hadas», reconocía Bergé al «Women's Wear Daily» (WWD), la biblia estadounidense de la moda, con motivo del estreno en Francia de un filme nada complaciente con los excesos del creador pero que cuenta con el beneplácito del custodio de la memoria del diseñador. «La película no toma partido. Refleja la realidad», añadía. Una realidad no siempre agradable de recordar ni de ver proyectada en la gran pantalla, aunque Bergé, asegura, no ha ejercido de censor ni ha intervenido en el guión. De hecho, considera que no todo es rigurosamente exacto, pero «no pasa nada». «Claro que hay cosas que no me gustan pero no tiene mucha importancia. Hay que tomar el filme tal como es, en su conjunto». Cuando el proyecto llegó a él, no se conformó con apadrinarlo. La colaboración fue total y Bergé no dudó en prestar varias joyas de la corona: algunas de las creaciones más emblemáticas de Saint Laurent que habitualmente duermen en un almacén, alejadas de la luz y de otras agresiones externas.
El actor francés Pierre Niney, de 23 años, encarna a un jovencísimo Yves Saint Laurent con una exactitud que es capaz de resucitar, al menos en imagen, a aquel tímido principito de la moda que en 1958 echaba a andar, repleto de ambición. «Me duele... Es perturbador, increíble», admitía Pierre Bergé días antes del estreno francés. Ahora, más que a ocultar la cara más sombría del «couturier», dedica su tiempo a perpetuar la leyenda y sacar lustre a su imagen. La muerte de Yves parece haber aportado cierto sosiego a un hombre conocido por sus tremebundas iras y sus venenosas descargas verbales, siempre en estado de alerta. «Yves no sabía vivir. No amaba la vida. Por eso yo le era indispensable», confesaba Bergé a «Paris Match». Si el amor y una cierta pasión nunca faltaron durante el medio siglo que pasaron juntos, la cohabitación dejó de existir casi dos décadas después de su primer encuentro, aquel día de 1958 en que Saint Laurent con solo 22 años irrumpía en el prestigioso universo de la costura. Los setenta fueron la década del declive personal del estilista. No es fácil convivir con un maniaco-depresivo diagnosticado, pero Bergé nunca abandonó una relación tóxica que pudo también acabar con él. Por eso, decidió apartarse físicamente de Yves, pero también del alcohol, la cocaína, los anti-psicóticos y otros fármacos. Asegura que el creador, atormentado por sus muchos fantasmas, era «dependiente y autodestructivo». «Me fui para salvarme. Me veía impotente, incapaz de sacarle de ahí, y era algo que detestaba», cuenta al semanario.
Bernard Buffet, su primer amor
Amar a Yves Saint Laurent implicaba tragar muchas culebras, soportar muchas infidelidades, incontables en el terreno sexual, pero «lo que nos unía era mucho más importante», explica Bergé. Pese al distanciamiento, Pierre Bergé nunca estaba muy lejos. Como buen Pigmalión. A su primer gran amor, el pintor Bernard Buffet, tampoco lo dejó caer. Gracias a él, lograría apartarse del alcohol y los barbitúricos y volverse alguien presentable. Su idilio duraría ocho años, hasta el flechazo con Saint Laurent. Hay quienes piensan que la pasión de Bergé por el creador se tornó en posesión y le acusan de haberle, en cierto modo, incapacitado. El empresario no sólo fue el «remedio» sino también el «veneno» de YSL, escribe Marie-Dominique Lelièvre en su biografía no autorizada, «Saint-Laurent, chico malo» (Ed. Flammarion, 2010). Sin él, asegura la periodista, la «maison» quizá se hubiera hundido y afirma que convirtiéndose en la necesaria muleta del modisto lo privó de una autonomía que hizo de Saint Laurent «una diva asistida».
Sin embargo, hombre de letras, admirador de Flaubert, amante de la pintura de Manet, educado en una familia de izquierdas con convicciones anarquistas, nada le predestinaba a ser un magnate de los negocios. Un papel, el de «pitbull de la moda», como le apodó la norteamericana «WWD», que ha desempeñado con desenvoltura y mano férrea, la misma con que dirigió la «maison» Saint Laurent, en la que durante cuarenta años no hubo un amago de huelga. Una paz social comprada a golpe de talón. Los empleados de la Ópera de París, institución que regentó a finales de los ochenta y de la que sigue siendo presidente de honor, tampoco olvidan aquellos años «del terror» en que se hizo numerosos enemigos en el mundo operístico, como el director Barenboim, al cuestionar sus elevados honorarios. A sus 84 años, Pierre Bergé todavía no piensa en el retiro. Ni quita ojo a una oportunidad de negocio, a unque su reciente entrada como accionista en el semanario progresista «Nouvel Observateur» o en el vespertino «Le Monde» en 2010, responde más a un rescate por motivos ideológicos que una rentable operación. Su fortuna está valorada en unos 160 millones de euros y ocupa el puesto 331 de los más ricos de Francia, pero suele decir que no le gusta el dinero. «Tengo una relación normal. Llevo billetes en el bolsillo y sé cuánto cuesta una baguette y un billete de metro», acostumbra a repetir. Lo suyo es la filantropía selectiva.
Amigo íntimo del Mitterrand de los últimos años, Bergé no dudó en financiar a fondo perdido la lujosa sede de la socialista Ségolène Royal, en el distrito VI de la capital, en su intento fallido por conquistar el Elíseo. Pero para este militante de la causa homosexual, presidente del colectivo «Sidaction», si hay un combate por el que sigue trabajando sin denuedo es la lucha contra el sida, a la que destinó en 2009 los 375 millones de euros cosechados en la subasta de las preciadas obras de arte que poseía la pareja. Hace poco revelaba la miopatía que padece. Una suerte de atrofia muscular degenerativa que, pese a su avance, no le impide pilotar su helicóptero Augusta para desplazarse a su residencia en la Provenza, ni hacer de copiloto de su Falcon 50, con el que suele viajar a su palacete de Marrakech, donde reposan las cenizas de Yves Saint Laurent y lugar en el que planea levantar el primer museo dedicado al creador. ¿La muerte? Sabe que ronda, pero no la espera. Su madre, postrada en la cama y sumida en un profundo letargo, ha cumplido 107 años. Asegura que él no quiere verse así. Encerrado en una trampa. Por eso confesaba que no dudará en ir a Suiza y «tomarse la pequeña poción». «Estoy a favor de la eutanasia activa». Sin duda, uno de sus últimos combates.