Los catalanes se ríen más de los vascos
El estreno de «Ocho apellidos catalanes» se siguió con expectación en Cataluña, aunque el sentimiento general tras la película es que no salen muy bien parados. Y eso, gracia, la verdad, no hace mucha. Lean.
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El estreno de «Ocho apellidos catalanes» se siguió con expectación en Cataluña, aunque el sentimiento general tras la película es que no salen muy bien parados. Y eso, gracia, la verdad, no hace mucha. Lean.
Primera sesión del viernes 20 de noviembre y primeras colas en un cine de Barcleona para ver una de las películas más esperadas del año. ¿Cuál? Venga, por favor, no hace falta ni decirlo. «Buah, si yo voy a ver “Ocho apellidos catalanes” pongo esto a todo volumen», dice una jovencita de 18 años en la cola vecina, que va a ver una maratón de «Los Juegos del hambre». Entonces saca su móvil y se escucha cantando a Manolo Escobar, que no sé que tiene que ver con la secuela de la comedia española más exitosa de todos los tiempos, pero parece que quiere ser provocadora. «No te atreverás», le dicen sus amigas. Seguro que sí, tiene cara de gustarle el riesgo.
Son las 15:45 horas y el de primera hora de la tarde no es el pase más popular, pero la sala ya tiene muy buena entrada. Y gente con muchas ganas de soltar una carcajada tras otra. ¿Lo harán? Es fácil reírse de los andaluces o los vascos, si eres catalán, pero ¿qué pasa si son los andaluces y vascos son los que se ríen de ti? Que la cosa cambia, porque no parece que sea el pasatiempo favorito de los catalanes, aunque todo es posible. Los «a priori» son ridículos, aunque la sinopsis resumidísima de la película es ésa: un andaluz y un vasco van a Cataluña y llegan y se ríen de ellos. Y pasan más cosas.
Empiezan los tráilers y los anuncios. Los cubos de palomitas de los adolescentes van ya por la mitad. Menudo atracón. La otra mitad está en el suelo. El público joven domina la primera sesión de la tarde, pero también hay bastantes señoras con sus madres, parejas de jubilados y grupos de amigos que parecen que han comprado la entrada sólo para criticar, porque hablan resignados y ponen cara de «perdonavidas». Y eso que les ha costado 10 euros la entrada. Mientras, los demás hablan de sus cosas y de vez en cuando comentan los «greatest hits» de la primera parte, quizá para hacer ambiente.
Empieza. La película arranca con fuerza y no tardan mucho en llegar las risas. En un minuto pasamos de Euskadi a Sevilla y allí todo es conocido y el público lo adora. Risas sobre Eroski, sobre robar setas, sobre Dani Rovira, que huye de la cama ante una mujer desnuda cuando ésta le dice que es vasca y, sobre todo, con Karra Elejalde, la gran estrella en la primera y en esta segunda, cuando llega a Sevilla para hablarle a Rovira de la boda de su hija con un catalán nada menos. La escena en que hace palmas en un tablao saboteando la actuación del conjunto flamenco es la que provoca el delirio de la sala. Claro que en los primeros 15 minutos no hay chistes sobre catalanes, salvo el de la invitación de boda, cuando los amigos sevillanos leen el texto en catalán como si fuera marciano. Muchas risas, claro que se ríen de los andaluces. Esa pronunciación que se atraganta hace bastante gracia. El chiste de que con la independencia van a levantar murallas por toda Cataluña y allí no van a dejar pasar a nadie, sólo el dinero camino de Andorra provoca sólo sonrisas. Quizá porque la realidad tan negra que nos circunda está demasiado cerca. Los catalanes sí que parece que también se ríen de su cosas. Con moderación.
Presentado el inicio comienza el nudo. Cataluña es el nudo, y la cosa sigue viento en popa en cuestión de entretenimiento, sobre todo cuando Karra Elejalde hace transbordo en el AVE en Madrid y Dani Rovira ha de llevarlo a caballito para no pisar la capital. «¡Usted qué mira, señora, es que nunca ha visto un vasco con principios!», dice. Otra vez el vasco gana. Ja y ja y ja. Y aquí ya empieza la parte catalana, en un pueblecito de Gerona donde va a celebrarse la boda. «Estoy flipando, esta gente se ha independizado y no se lo ha dicho a nadie», comenta Rovira, mientras Elejalde insiste en que cómo va a independizarse Cataluña antes que el País Vasco. Más risas. Todo está lleno de esteladas en ese pueblo y en el ayuntamiento se lee «República Independiente de Cataluña», un disfraz para hacer creer a la abuela del novio que Cataluña se ha independizado. Llegan las exageraciones sobre lo bien que estaría si fuese independiente, como que los ríos bajarían más caudalosos y hay gente que se ríe, pero a otros maldita la gracia que les hace.
- Menudos agarrados
Los españoles del pueblo que no quieren participar en la mascarada son desterrados a un bar con vino y jamón ibérico gratis como reclamo. También hay un catalán al que le da igual, que por jamón gratis se apunta, pero el chiste de lo agarrados que son los catalanes sí que no hace gracia a nadie. La sala se queda como si tal cosa. Ni un atisbo de media sonrisa. Cero. Y entonces aparece Rosa Maria Sardà, la mala de la película, la catalana independentista. Y llegan los comentarios y los ojos bien abiertos porque seguro que algo explosivo va a decir. Atención. En la cinta es así. Interpreta a la matriarca de la familia, obsesionada con el «hereu», el primogénito, una figura muy reconocible para la burguesía catalana, lo que despierta las carcajadas aletargadas. Eso y la retahíla de nombres equivocados en vez de el de Amaia.
El otro protagonista catalán, el novio, interpretado por Berto Romero, es el típico «moderno» barcelonés, un pintor «oficial» con multitud de premios y encargos de la Generalitat, que en realidad es todo fachada, «buenrollismo» sin sustancia. La escena en la que baila en una fiesta con todos sus amigos modernos y barbudos resulta hilarante.
Después de la presentación de los personajes y del conflicto, llega el tercer acto, el desenlace, y aquí los guionistas se dejan de tonterías, de chistes sobre la diferencia entre pueblos, y ya no hay nadie que se ría. Los «manipuladores» catalanes han sido vencidos. Y la sala vuelve a reír en la última escena, de vuelta al País Vasco, cuando Cataluña ya no está en el punto de mira.
260.000 personas el primer día
Los productores no pueden sentirse defraudados con los primeros números que ha dado la película. 260.000 personas fueron a verla el primer día, todo un récord que, si el boca oreja es bueno, convertirá estos «Ocho apellidos catalanes» (debajo) en otra máquina de hacer dinero. Ya es el mejor estreno español del año y se hizo el viernes con el 75 por ciento de la taquilla, según los datos facilitados por Rentrak Spain. Hay que recordar que la primera parte hizo 56 millones de recaudación, atrajo a 9,5 millones de espectadores, y todo con un presupuesto de tan solo tres millones.