Manuel Gómez Pereira: «Si un personaje no tiene miedo, te da un poco igual lo que le pase»
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Manuel Gómez Pereira nos suena a comedia, a «Todos los hombres sois iguales», «El amor perjudica seriamente la salud» o «¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?»; pero lo cierto es que, como él dice, «también sé hacer otras cosas». Y ahí está aquella inolvidable «Entre las piernas» para demostrar su pasión por el cine negro, o lo último que hizo en cine en 2009, «El juego del ahorcado», que también encaja dentro de ese mismo puzle. Lo cierto es que hacía tanto que no nos veíamos, que ahora que quedamos para charlar sobre «La ignorancia de la sangre», su última película recién estrenada con trama de blanqueo de dinero, prostitución, mafia rusa y yihad islámica, no puedo evitar mirarle a los ojos y preguntarle con algo de guasa: «Pero Manolo, con la capacidad que tienes tú para hacernos reír, ¿no hubiera sido mejor que nos regalaras una de tus fabulosas comedias en estos tiempos de crisis que vivimos?» Nos reímos los dos, claro, porque de vez en cuando casi es mejor tomarse a broma las situaciones más graves, y él me contesta poniéndose más serio: «Pues podría haber sido lo mejor, no te digo que no. Lo que pasa es que las historias te llegan a veces de manera casual, se cruzan en tu vida».
Las películas, como los hijos
«La ignorancia de la sangre» «se empezó a gestar hace casi 3 años. Entonces, el hecho de que salga en este momento y coincida con lo que está pasando... Bueno, aunque también sucedía hace tres años, evidentemente, aunque había menos información... En fin, no sé, pero lo que sí sé es que lo lanzas cuando llega el momento y que eso no significa que no quiera hacer comedia. Me gusta mucho el género y me siento muy a gusto, siendo un género también complicado y, de hecho, ahora estoy precisamente en ver si conseguimos hacer una pronto». En todo caso será después de la promoción de este thriller enormemente cuidado, con unos protagonistas (Juan Diego Botto y Paz Vega) más guapos aún que de costumbre, favorecidos por una luz característica del cine negro y un vestuario que recuerda al de las películas del mismísimo Bogart, por más que la gabardina la lleve ella. Parece contar con todos los ingredientes del cine policiaco, que le pido a Manuel que me enumere. «Al thriller hay que acercarse con respeto porque tiene unos códigos y un lenguaje muy determinados. La luz que comentabas, el vestuario..., pero también la puesta en escena, el maquillaje... Son una serie de elementos que debes tener muy en cuenta. Y luego, el cine negro tiene que poseer ingredientes de misterio, no puede ser previsible. Hay que colocar al espectador muy cerca de los personajes, para transmitirle su emoción y atraparlos en ella. Lo que te quiero decir es que el clima que debes conseguir con la cámara y con los actores es fundamental, pero también lo son los momentos de pasión, atención y suspense». Le comento a Manolo que quizá hay algo en este género que provoca especial empatía en el espectador y que son esas debilidades de sus héroes, sus imperfecciones, sus defectos..., esas características que los hacen tan parecidos a todos nosotros. «Sí, yo creo que sí. Eso es lo que los hace más cercanos y más reconocibles. Pero yo te diría que no pasa en todas las películas. Estamos hartos de ver thrillers donde el protagonista no tiene miedo. O sea, es capaz de abrir una puerta y enfrentarse con 200 que están esperando ahí para cargárselo, ¿no? Y eso puede estar bien montado, puede ser muy divertido de ver y hasta puede crear mucha tensión, teniendo en cuenta que lo van a matar, pobrecillo; pero si realmente el personaje no tiene miedo, no es humano y no es cercano, te da un poco igual lo que le pase».
Eso no sucede en «La ignorancia de la sangre». En esta película los personajes se empapan de miedo, dudan y hasta eligen traicionar sus principios y convicciones por amor. Se parecen tanto a nosotros que es sorprendente que la historia, que transcurre entre Sevilla, Marbella y Marruecos, la haya escrito un británico. «Pues está basada en la novela homónima de Robert Wilson, que, por cierto, daría para hacer tres películas... Es la última entrega de una tetralogía que devoré sin respiro. Cuando Gerardo Herrero (el productor) me propuso dirigirla no lo dudé porque el género me apasionaba y además la novela reunía todos esos elementos potenciales de los que hablábamos antes, para que el espectador sintiera que los personajes se mueven en un escenario próximo y reconocible». Es la tercera incursión de Manuel Gómez Pereira en el cine negro. Parece cómodo y satisfecho. Aunque no sé si de todos los trabajos, el último es siempre del que uno se siente más orgulloso. «Siempre tienes sensaciones distintas con tus películas –me cuenta Manolo–; el otro día me preguntaron cuál era mi comedia preferida de las que hecho y... todas tienen su punto. A todas las quieres de una manera o de otra. Hay algunas que no han salido –como fue en su momento ‘‘Desafinado’’–, pero eso no significa exactamente que sean errores sino que son películas distintas. Son como los hijos. Unos más brillantes y otros menos. Y el hecho de que consigan más o menos objetivos no hace que los dejemos de querer».