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Marion Cotillard: «El ser humano está aislado y ha perdido su centro»

Marion Cotillard: «El ser humano está aislado y ha perdido su centro»
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Los hermanos Dardenne se enamoraron de ella cuando la conocieron en el rodaje de «De óxido y hueso», melodrama a un paso de la tragedia del que fueron co-productores. Fue un amor a primera vista: «No necesitábamos una estrella, sólo a ella, a Marion». Cualquiera vendería su alma para trabajar con los directores de «Rosetta», pero la Cotillard se sorprendió mucho de su llamada. Al fin y al cabo, una de las costumbres más arraigadas de los belgas es trabajar con actores no profesionales o principiantes. Pero esta vez prefirieron negarle la caravana a la que ganó el Oscar (muy merecidamente, aunque por un «biopic» nefasto) por convertirse en Edith Piaf.

Un mes de ensayos, un infierno de tomas repetidas decenas de veces, hasta la saciedad, nada de sombra de ojos y, «voilà», una de las mejores interpretaciones del año: la obrera en paro reclamando de vuelta su dignidad en la excelente «Dos días, una noche».

-La película interpela a la empatía y al sentimiento de solidaridad de la clase trabajadora. Trata, en cierto modo, de cómo la crisis se ceba en los más débiles. Pero, en definitiva, parece ver la luz al final del túnel...

-Es la prueba filmada de lo que hemos creado en nuestra sociedad. Estamos seguros de que somos el centro del mundo, pero, en realidad, en el ecosistema laboral, el ser humano ha perdido su centro. Me encantaría pensar que lo recuperaremos, que volveremos a entender la necesidad de conectar con nosotros mismos, y de romper el círculo vicioso en el que estamos encerrados, aunque es posible que yo ya no lo vea. Sin embargo, si no pensara que aún es posible la solidaridad, estaría sumida en la más absoluta de las depresiones.

-¿Se ha sentido alguna vez tan desorientada, tan perdida como Sandra?

-Nunca podría compararme con Sandra. Su situación es de supervivencia, necesita el empleo para ponerle un plato en la mesa a sus hijos. Hay un momento en el que se avergüenza de sí misma, como si estuviera pidiendo limosna, pero pronto se da cuenta de que es importante luchar y de que ha descubierto una fuerza interior que le permite hacerlo, que le dice: «Levántate, no te rindas».

-Su personaje está atravesando una grave depresión. ¿Cómo se preparó la interpretación?

-Sé lo que se siente. Yo misma sufrí de depresión, aunque, por fortuna, por poco tiempo. Había leído sobre la enfermedad y, antes de padecerla, quizá porque me considero una persona fuerte, era algo prejuiciosa respecto a ella. Y sí, realmente no puedes levantarte de la cama para enfrentarte a tu vida diaria. No tienes ni la fuerza ni el deseo de hacerlo. Y el problema es que cuando estás deprimido no quieres que la gente lo sepa, y pasas mucho tiempo contigo mismo sin saber qué hacer ni cómo luchar contra ello. Crees que la gente te va a juzgar, y probablemente lo hagan. No es un lugar precisamente cómodo para instalarse, pero es difícil encontrar una salida, todas las ventanas están tapiadas.

-Parece que, para algunas secuencias, llegaron a rodar ochenta tomas. ¿Cómo se consigue mantener el tipo en esas situaciones? ¿Cómo puede seguir buscando en el interior del personaje para que aparezcan cosas nuevas?

-He aprendido mucho sobre cómo profundizar en mi imaginación. Escribí escenas de Sandra antes de que la conozcamos en la película para entender mejor su depresión, para hacerme una idea de cómo era la relación con sus hijos y su marido mientras estaba deprimida. Incluso me inventé un hermano. Pero después de cincuenta tomas, esas historias ya no funcionaban, y eso me obligó a sacar a la luz todos mis recursos para estar en el personaje, quizá de una forma más pura, más en el presente. A veces se trataba casi de un enigma que resolver, encontrar aquello que los Dardenne necesitaban de mí, y eso era lo más estimulante.

-¿Y qué necesitaban de usted?

-A los hermanos Dardenne les interesa mucho el cuerpo, el gesto del cuerpo. Por eso la primera escena que ensayamos fue aquella en la que mi personaje de Sandra se derrumba, se desmaya en presencia de su marido. Cuando interpreté a Edith Piaf me encogí para transformarme en ella, y luego me expandía cuando pisaba el escenario, como un pájaro a punto de volar. Y en la cinta «De óxido y hueso» me faltaban las piernas. Así que estoy acostumbrada a trabajar con el cuerpo para expresar las virtudes y carencias de mis personajes.

-¿Se preocupa mucho por su imagen pública? ¿Lee lo que publican los medios sobre usted?

-Vengo de un país en el que sé que es muy probable que se tergiversen mis declaraciones, y es algo que me afectó mucho en su día. Por eso me cuesta hablar de mí misma. No me gustan los medios. Cuando empecé como actriz, leía las críticas de mis películas y los perfiles que aparecían en las revistas, pero ahora lo evito. No vale la pena enfadarse.