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Perdona nuestros pecados

François Ozón profundiza en la lucha de tres víctimas que consiguieron destapar uno de los mayores escándalos de pederastia de la Iglesia francesa.

Perdona nuestros pecados
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François Ozón profundiza en la lucha de tres víctimas que consiguieron destapar uno de los mayores escándalos de pederastia de la Iglesia francesa.

De las tripas del silencio, la necesidad de visibilización y el recuerdo de las caras olvidadas de la vergüenza nace el surgimiento de la asociación de víctimas «La palabra liberada» en Francia y se construye la base argumental del nuevo y comprometido trabajo del cineasta francés François Ozón. Alexandre, Emmanuel y Francois . En «Gracias a Dios» son tres –una cifra que después terminará expandiéndose de manera sobrecogedora a más de setenta–, los hombres cargados de diferentes sensibilidades que sufren una abyecta y traumática experiencia compartida y deciden embarcarse en una carrera contra el tiempo y la moral para encontrar justicia y conseguir que la sotana y las manos del sacerdote Bernard Preynat se alejen de la figura de los niños con los que sigue trabajando y que la del cardenal de Lyon Philippe Barbarin se manche de la culpa que sus encubrimientos probados le propiciaron.

Pies de plomo

«La Iglesia muchas veces confunde la pederastia con “pecados” más pequeños como el adulterio o la homosexualidad. Para muchos es un pecado. Para mí sin embargo es un crimen. Cuando pensé en esta película, decidí desde un primer momento enfocarla desde la perspectiva de las víctimas. Reflejar sus sentimientos, sus traumas, sus testimonios, sus miedos. Mostrar a las personas más frágiles, las que tenían menos fuerza, las más débiles. Las verdaderas perjudicadas de todo esto», comenta el aclamado director acerca de una cinta que debe su nombre a la frase pronunciada por Barbarin, uno de los prelados con más poder dentro de la rama ultraconservadora de la Iglesia gala en la rueda de Prensa que concedió en Lourdes: «Gracias a Dios, la mayoría de estos casos están prescritos». Entre los años 70 y 80, para decenas de niños de entre 9 y 12 años, los campamentos de verano de «scouts» organizados por la parroquia de la iglesia de Lyon en la que trabajaba el sacerdote Preynat se convirtieron en una bajada a los infiernos y en una injusta decapitación prematura de la inocencia que años después dejaría un poso irreparable de escepticismo, dolor, desconfianza y rabia en las víctimas que lo sufrieron.

Al tratarse de uno de los escándalos eclesiásticos más sonados y vergonzantes de toda Francia, el rodaje tuvo que llevarse a cabo con especial cautela tal y como indica Ozón: «La película no se rodó con secretismo pero sí con cierto cuidado. El título por ejemplo se cambió durante el estreno en Francia porque la expresión “gracias a dios” aquí es distinta. Allí todo el mundo sabe que fueron las declaraciones que hizo el cardenal Barbarin en la rueda de Prensa. Además, decidimos no trabajar en Lyon. Todas las escenas de iglesias están rodadas en Luxemburgo o en Bélgica. Si llegamos a pedir permiso para rodar allí se habría sabido que quien daba el permiso era Barbarin y habría sido denegada». A pesar de los inconvenientes iniciales y de la reticencia explícita de algunos sectores de la Iglesia de cara al estreno, la cinta muestra que la voz incómoda de las víctimas se oye mucho más fuerte que el sonido de las campanas.