Polanski, la vida es puro teatro
El director presenta en Cannes «Venus in Furs», que transcurre en un teatro, una reflexión sobre sus obsesiones, mientras Jarmusch se toma a sí mismo demasiado en serio
Creada:
Última actualización:
El director presenta en Cannes «Venus in Furs», que transcurre en un teatro, una reflexión sobre sus obsesiones, mientras Jarmusch se toma a sí mismo demasiado en serio
Polanski, libre como un pájaro. Su publicitado arresto domiciliario en Suiza ha pasado a mejor vida. La sensatez le recomienda no moverse de Francia, y quizá por eso se limita a sacar la cabeza por el Festival de Cannes. El año pasado presentó aquí la versión restaurada de «Tess» y en esta edición cerró la sección oficial con «Venus in Furs», adaptación del texto teatral de David Ives que, desde la humildad de la obra que se sabe menor, parece un compendio juguetón de todas sus obsesiones y aprovecha la ocasión para edificar una galería de espejos en la que, al fondo, está la compleja relación de un cineasta con sus actores –relación que aquí se extiende al terreno personal: es la cuarta colaboración con su esposa, Emmanuelle Seigner– y, en primer plano, los volubles vínculos de poder que se establecen en todo arte de la seducción («Ahora, ofrecer flores a una dama es indecente», bromeó).
Autorreferencial
Es curioso que muchos cineastas tiendan a echar balones fuera cuando se trata de analizar las conexiones de su última película con el resto de su obra. «No pensé en las referencias que había a mis otras cintas hasta que alguien me lo comentó en el rodaje», afirmó un risueño Polanski. Establecer significados y tender puentes es cosa de los críticos. Pues pongámonos el mono de trabajo: aquí aparecen su obsesión por el «huis clos», el espacio único (el barco de «El cuchillo en el agua», la casa al borde de un acantilado de «La muerte y la doncella», el apartamento de «Repulsión»), por las relaciones sadomasoquistas (con homenajes explícitos a «Callejón sin salida» y «Lunas de hiel»), por el travestismo, por la mirada cruel hacia los mecanismos de representación del deseo...
¿Qué nos cuenta «Venus in Furs»? Vanda (Seigner) llega tarde y calada hasta los huesos al teatro donde tiene una prueba para ser protagonista de «Venus in Furs», obra adaptación de la novela de Sacher-Masoch. Thomas (Mathieu Amalric) está a punto de irse. Vanda es vulgar, chabacana, franca y un punto cínica, y Thomas es un sexista, un intelectual con prejuicios. En cuanto Vanda empieza la lectura del texto, Thomas se queda boquiabierto y le da la réplica. Y Seigner y Amalric se lanzan a interpretar cuatro personajes, saltando de un texto a otro como canguros en una «screwball comedy» divertida y perversa. Las tornas se vuelven en contra del gen dominante (Amalric) para que el recesivo (Seigner) se ponga a dirigir la orquesta, modular las luces y convertir a su amo en esclavo. Polanski se siente cómodo con el material de partida, encuentra grotescos los juegos de dominación pero se siente fascinado por ellos, se ríe de la parafernalia sadomadoquista pero no del cambio de roles que provoca. Su puesta en escena es simple y directa, y hace un excelente uso de los diferentes niveles del espacio escénico para que la relación de dominación se exprese a través de la distribución del decorado. «El texto original transcurría en una habitación para las audiciones», explicó Polanski. «En Europa, al contrario que en Nueva York, es habitual que se celebren en teatros. Por eso escogí uno parisino. He crecido en el teatro, tengo una particular relación con los teatros vacíos, no sientes claustrofobia, puedes moverte libremente por platea y escenario». Tanto Seigner como Amalric parecen pasárselo bomba, y el público con ellos.
A los vampiros de Jarmusch no les importan los juegos de poder. Se limitan a encerrarse en casa y coleccionar guitarras, girando sobre sí mismos como vinilos en un tocadiscos. Su amor es casto y fiel: no por azar se llaman Adán (Tom Hiddleston) y Eva (Tilda Swinton); son el origen del mundo pero también del pecado original, y se conocen hace demasiados siglos para no mostrarse afecto. Han dejado de morder a la gente de a pie porque no quieren contaminarse. No queda claro qué es lo que envenena la sangre contemporánea. ¿Las personas corrientes fuman demasiado? ¿Beben y se drogan? ¿Han sucumbido a los peligros del hedonismo narcisista? Adán y Eva se alimentan de sangre que compran en el mercado negro. Cualquiera diría que «Only Lovers Left Alive» está concebida por un moralista desencantado, un amante de los viejos tiempos, un refractario o directamente, un reaccionario. Cuando Ava (Mia Wasikowska), la hermana de Eva, irrumpe en la estática, indolente vida de esta pareja de vampiros, lleva consigo la mochila del caos. Encarna la irresponsabilidad juvenil, la imprudencia del placer por el placer frente a la sabiduría secular de estos neorrománticos eremitas. Ella desencadena el único conflicto de la película, que hasta el momento se ha limitado, con humor estoico y melancolía milenaria, a pasear con sus personajes por un Detroit desolado o a sentarse en el sofá.
Anémico existencialismo
Jarmusch, que llegó a Cannes desde Barcelona después de tocar el laúd en el Primavera Sound, prefirió limitar sus encuentros con la Prensa porque «la película habla por sí sola». En su declaración de intenciones, publicada en las notas de producción del filme, Jarmusch afirma: «Adán y Eva son en sí mismos metáforas del estado actual de la vida humana. Son frágiles y están amenazados, son vulnerables a las fuerzas de la naturaleza y del comportamiento irreflexivo, totalmente desprovisto de una visión a largo plazo». El problema de la película, inspirada en «La vida privada de Adán y Eva», de Twain, no es su retrógrada nostalgia. Su problema es que tiene la marciana forma de un chiste alargado, con apariciones estelares como la de Christopher Marlowe convertido en vampiro (John Hurt) y la feliz idea de transformar el post-rock en banda sonora de la no-vida de estos bohemios «outsiders». Los chistes, cuanto más breves, mejores son, y las dos horas de «Only Lovers Left Alive» quieren darle una trascendencia a la broma que no casa con su escasa entidad. En este caso, Jarmusch se ha tomado demasiado en serio a sí mismo, y el resultado es de un anémico existencialismo.
Armani y glamour a pesar de los robos
El hecho de que el pasado jueves la firma suiza de joyería Chopard fuera víctima de un robo por valor de un millón de dólares (unos 776.000 euros) en joyas que tenía guardadas en un céntrico hotel de Cannes (los ladrones entraron en la habitación de un empleado de esa casa aprovechando el momento en el que había salido a cenar, arrancaron la caja fuerte y se la llevaron), no ha amedrentado al grupo Armani, que acaba de anunciar la apertura de su primera tienda en la ciudad más glamurosa del mundo, Cannes, y su Armani/Caffè. Ubicado en La Croisette, 42, este nuevo espacio ocupa 600 metros cuadrados (en la imagen), entre la tienda Giorgio Armani, de unos 350 metros cuadrados, y el primer Armani/Caffè. Con un espacio de 180 metros cuadrados, esta cafetería está concebida con el estilo del diseñador: incluye una amplia terraza y tiene capacidad para 70 invitados. En su oferta gastronómica, predominará la tradición culinaria italiana. El glamour nunca falta en Cannes.
Los ganadores para LA RAZÓN
Las quinielas son unánimes: hay una Palma de Oro y se titula «La vie d'Adèle» (que ya ha ganado el premio de la crítica). El principal obstáculo es Spielberg, el presidente del jurado. Si este crítico no se equivoca, sólo ha rodado una escena de sexo –por cierto, bastante lamentable, en «Munich»–. ¿Por incapacidad? ¿Por puritanismo? ¿Por falta de interés? No sabemos. Lo que sí imaginamos es la cara que se le quedó cuando vio las impactantes y magníficas de «La vie d'Adèle». La falta de pudor del filme ¿puede toparse con un Spielberg a la contra? Apostamos que no: está en Europa, y tiene que demostrar que no es el americano ingenuo que se escandaliza fácilmente. Razón de más para no premiar al cine americano, muy bien situado con «Inside Llewyn Davis», de los Coen, o «Nebraska», de Payne, incluso con «The Inmigrant». Es previsible que, teniendo en cuenta las circunstancias en las que rodó «Behind the Candelabra», de Steven Soderbergh, Michael Douglas se lleve el premio al mejor actor, y sería justo que lo compartiera con Matt Damon. En las categorías de Gran Premio Especial del Jurado y mejor director, «La grande bellezza», de Paolo Sorrentino, y Hirokazu Kore-eda están bien situados. Entre estos títulos debería moverse el palmarés, de un nivel medio notable si exceptuamos las decepciones de Winding Refn, Desplechin y Jarmusch.