Perfil
Robert Redford, algo más que una cara bonita
Si pudo permitirse potenciar esa dimensión comprometida de su carrera, fue, también, por su cara bonita.
Contaba Robert Redfordque, a los trece años, recibió una medalla que premiaba sus habilidades deportivas del mismísimo Richard Nixon, cuando este aún era solo senador, y que, al estrecharle la mano, las malas vibraciones de tan oscuro personaje le pusieron la piel de gallina. Si Redford fue el típico ‘golden boy’ americano, la viva imagen del jugador de rugby rubio y luminoso que representaba la política soleada y triunfadora de la América de Eisenhower, también es cierto que invirtió toda su carrera en poner en crisis ese estereotipo ofreciéndose como uno de los portavoces de la conciencia liberal del estrellato de los setenta.
Por eso, y por mucho que lo recordemos como uno de los últimos galanes del Hollywood que se abría a la modernidad -el que tomó el relevo a las estrellas masculinas del cine clásico, y tuvo como compañeros de generación a Paul Newman, Warren Beatty y Steve McQueen, entre otros-, es justo y necesario reivindicarlo como un actor político: fue una de las imágenes corporativas del thriller conspiranoico de los setenta, con títulos tan emblemáticos como “El candidato”, “Los tres días del cóndor” o “Todos los hombres del presidente”, fue un gran activista medioambiental y cambió por completo la escena del cine independiente norteamericano con la creación del Sundance Film Institute. Difícil saber qué habría pasado con cineastas como Spike Lee, Steven Soderbergh o Quentin Tarantino si Robert Redford no hubiera convertido Sundance en un paraíso para los cineastas que, en los ochenta, empezaron a rodar desde los márgenes de la industria.
Si pudo permitirse potenciar esa dimensión comprometida de su carrera, fue, también, por su cara bonita. En su belleza harto convencional, podríamos decir que canónica, había un carisma que funcionaba, en la pantalla, tanto con parejas masculinas como femeninas. En ese sentido, no podemos olvidar que se convirtió en una de las estrellas más taquilleras con “Dos hombres y un destino”, junto a Paul Newman, con el que repetiría éxito en “El golpe”. Esas películas, profundamente masculinas, contrastaban con el personaje de galán romántico que podría haber explotado hasta la saciedad si hubiera sido un actor conformista. Cuando protagonizó “Descalzos en el parque” con Jane Fonda, adaptación de la obra de teatro de Neil Simon que ya hizo triunfar en Broadway, ese parecía su destino. Pero fue lo suficientemente astuto como para que su físico, su sonrisa seductora y sus ademanes armónicos, combinaran bien con sus intereses ideológicos en una película como “Tal como éramos”, una de las siete en las que Sidney Pollack le dirigió. Huelga decir que su aura mítica se expandió como la espuma cuando le lavó el pelo a Meryl Streep en “Memorias de África”: convirtió un masaje capilar en algo tan emocionante como una aventura exótica.
Fue un actor de gestos limitados, más bien frío y contenido, algo que, a menudo, jugó a su favor. En dos de sus últimas películas, “Cuando todo está perdido” y “The Old Man & The Gun”, estaba fantástico, sacó buen rédito de esa capacidad de autocontrol, especialmente en el filme de J.C. Chandor, un ‘one-man-show’ en alta mar sin un diálogo que llevarse a los labios. En su debut como director, la muy notable “Gente corriente” (con la que ganó su único Oscar, descontando otro honorífico en el 2002), esa contención se contagiaba a los cimientos de un drama familiar antipático, poco propenso al sentimentalismo, muy distinto al resto de su carrera como director, de la que destacan precisamente los títulos que, de algún modo, abordan aspectos polémicos de la vida social y política norteamericana (“Quiz Show”, “Leones por corderos”, “La conspiración”). Hasta los últimos años de su vida, fue fiel a su talante progresista, criticando activamente la política de George W. Bush y, por supuesto, la de Donald Trump. En 2019, no dudó en anunciar su voto para Joe Biden en la CNN, porque opinaba que “en la Oficina Oval en lugar de una brújula moral, hay un vacío (…) En lugar de palabras que elevan y unen, escuchamos palabras que inflaman y dividen”. No sabemos si alguna vez estrechó la mano de Trump. Si fue así, aún debe de sentir escalofríos en su lecho de muerte.