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Rubén Ochandiano: «La industria del cine en España se considera de chichinabo»

Rubén Ochandiano / Actor. A finales de noviembre se estrenará «The Infiltrator», un «thriller» de corte clásico en el que encarna a un blanqueador de dinero profesional

Rubén Ochandiano
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A finales de noviembre se estrenará «The Infiltrator», un «thriller» de corte clásico en el que encarna a un blanqueador de dinero profesional

Dicen que es un tipo raro, pero nada más lejos de una realidad que siempre supera a la ficción. Reflexivo ante cada pregunta, contesta con la convicción que le avalan sus 20 años de experiencia en la profesión. En su primera incursión en Hollywood, Rubén Ochandiano interpreta a Gonzalo Mora Jr., un nuevo rico colombiano, descontrolado, adicto a la adrenalina, al peligro y al sexo. «The Infiltrator» se estrenará a finales de noviembre en España tras haber cosechado más éxito del esperado en Estados Unidos, Francia o Reino Unido.

–La película narra cómo un policía estadounidense se infiltra en una banda de narcos colombianos.

–Sí, para tratar de acceder a Pablo Escobar y desmantelar el dinero blanqueado a través de la droga. Está ambientada en los 80, dirigida a toda la familia. El director (Brad Furman) es uno de los más capacitados, y los actores, de alto voltaje.

–¿Otro rollo?

–Total. Para ellos es una película pequeña ¡y costó 52 millones de dólares! Todo era tan a lo grande... Allí tratan al cine como una industria de verdad, mientras que en España se considera de chichinabo. Deberíamos tomar conciencia de que se puede ganar dinero. Aquí es una maquinaria muy jerárquica. No está bien visto que el actor piense, opine o cuestione algo. En Hollywood se acoge cualquier idea que pueda mejorar una escena, sea de quien sea. Eso es muy enriquecedor.

–¿Está en España la cosa tan mal como dicen?

–Sin duda. El 80% de la profesión no trabaja. Yo mismo he tenido un año bastante tontorrón. Eso de que Dios aprieta pero no ahoga... Empieza a ahogar.

–¿El mayor deseo de un actor es cruzar el charco?

–El mayor deseo es trabajar como actor. Tengo ganas de involucrarme en proyectos que me enamoren de verdad, como la versión de el «Tartufo» que se estrenará el 17 de noviembre en el Teatro Fernán Gómez. Pero cruzar el charco es atractivo, excitante y divertido.

–¿Y no hay miedo a ahogarse?

–Sí. En muchos momentos me acompañó el miedo a no estar a la altura.

–¿Por complejos?

–En general, el español tiene algo de complejo. No nos tomamos muy en serio. Y cuando lo hacemos es de manera desmedida, para tapar los complejos que previamente nos hemos creado.

–De su generación pocos lo han logrado. ¿Existen celos en la profesión?

–No más que en otros ámbitos, aunque sí tenemos más ego porque lo nuestro consiste en pretender que nos vea la gente y nos aplauda. Es una profesión voraz, en la que pronto se olvidan de ti. Hay que estar examinándose constantemente, aunque prefiero pensar que nadie es excesivamente despiadado.

–Interpreta a un blanqueador de dinero, de los que ahora hay a montones...

–Estamos tan rodeados de sinvergüenzas por todas partes que necesitamos ponerlos en pantalla.

–No le vaya a dar por ahí...

–He interpretado a muchos delincuentes y, de momento, no me ha tentado. Estoy anestesiado, curado de espanto.

–Usted, personalmente, ¿alguna vez se ha infiltrado?

–Buscando uno su sitio, consciente o inconscientemente, acaba infiltrándose.

–Su personaje es peligroso y violento.

–Y cínico. No es consciente de estar poniendo constantemente su vida en peligro. Es un tipo de gatillo fácil, pero tampoco parte la pana. No deja de ser un pobre diablo.

–A veces la realidad supera a la ficción...

–La realidad siempre supera a la ficción. Estamos acostumbrados a que nos cuenten las cosas de manera digerible, pero habitualmente los palos de la vida suelen ser poco cinematográficos.

–¿Cómo es el día a día de un narco?

–Peligrosísimo, permanentemente segregando una cantidad de adrenalina que volvería loco a cualquiera. Están hechos de otra pasta.

–Las drogas enganchan.

–Nunca me he atrevido a coquetear demasiado con ellas. He tenido mis escarceos adolescentes con la marihuana, pero el efecto de las drogas me genera bastante rechazo.

–¿Somos traficantes o mercancía?

–Depende del grado de poder. Políticamente somos mercancía de cuarta, de polígono industrial. Pero cuando rompes el corazón a alguien eres traficante.

–Actor, director, escritor... ¿Cuál es su faceta preferida?

–Desde hace un par de años lo que más me apetece es actuar, pero si me pones a dirigir soy tremendamente feliz.

–¿Mandar o que le manden?

–Me va más mandar. Si me mandan, que lo hagan con cuidadito.

–¿Hablamos de política?

–Me parece más un circo que un teatro. En las segundas elecciones no voté porque me pareció una tomadura de pelo, pero si hay terceras me comprometo a hacerlo, aunque no sé a quién.

–Venga, mójese.

–No quiero a Rajoy, porque no puedo querer al líder de un partido que ningunea a la industria que me da de comer. A Pablo Iglesias le veo con un ansia de poder, una condescendencia y una media sonrisa machista cada vez que habla de las mujeres... Albert Rivera me parece un pobretón.

–Escribió «Historia de amor sin título»...

–Para que una historia de amor tenga título primero tiene que ocurrir.

–Pero, ¿qué es para usted el amor?

–Lo estoy descubriendo. Es algo que no tiene mucho que ver con el sexo. Yo ahora no tengo pareja y follo muy poco. Sin embargo, es uno de los momentos de mi vida en los que siento más amor y me siento más amado. El amor aparece de muchas formas. Estoy deseando sentir las famosas mariposas en el estómago.

–Estuvo nominado al Goya. ¿Si lo lograra?

–Me nominaron en el Pleistoceno. El Goya nunca premia el mejor trabajo del año, pero es una gran muestra de afecto. No creo que alimentara mi ego o mi autoestima tanto como sentirme acogido y querido por mis compañeros.

–¿Mucha suerte o mucha mierda?

–Lo que quieras. Una no me resulta ofensiva y la otra no me da superstición.

Comenzó su andadura televisiva en la serie «Periodistas» y actualmente colabora en distintos medios de comunicación. Se despierta, cada día, leyendo las secciones de cultura de los cuatro periódicos más importantes, entre los que incluye LA RAZÓN. Si hasta hace poco tenía el hábito de comprarlos, ahora los consulta desde su «smartphone».