Estreno

Steve McQueen, la huida hacia adelante

Un documental con material inédito y el testimonio de familiares y pilotos rememora el apasionante, peligroso y carísimo rodaje de «Las 24 horas de Le Mans», el canto de amor «fracasado» del actor al mundo de las carreras

El rey del cool. Steve McQueen, todo un icono sesentero, en un monoplaza de competición
El rey del cool. Steve McQueen, todo un icono sesentero, en un monoplaza de competiciónlarazon

Un documental con material inédito y el testimonio de familiares y pilotos rememora el apasionante, peligroso y carísimo rodaje de «Las 24 horas de Le Mans», el canto de amor «fracasado» del actor al mundo de las carreras

Steve McQueen sólo recordaba haber leído un libro en su vida, uno sobre Alejandro Magno. «He conquistado el mundo, pero no me he conquistado a mí mismo», decía el macedonio. A la megaestrella aquello le impresionó, se le quedó grabado y, precisamente, le vino a la memoria durante el largo y peligroso rodaje de «Las 24 horas de Le Mans», su proyecto más ambicioso y personal y, a la postre, su gran fiasco en taquilla. Una odisea que rememora el documental «El hombre y Le Mans», con material inédito del rodaje y la participación de numerosos implicados.

Aunque la película no se rodó hasta 1970, es posible que su origen se remonte a cuatro años antes, cuando «Grand Prix» arrasa en la taquilla norteamericana. Estaba ambientada en el mundo de la Fórmula-1 y dirigida por John Frankenheimer, y McQueen nunca perdonó a James Garner haberle «robado» aquel papel. Si había en la meca del Cine un actor loco por la velocidad, ése era Steve. Casualmente, ambos actores eran vecinos y cada noche McQueen se vengaba orinando en las flores de la terraza de Garner, que vivía un piso por debajo: «Tú te measte en mi película y yo me meo en ti», decía.

- Proyecto faraónico

Pero en 1970, McQueen ya estaba en disposición de hacer la cinta que él quería, la película definitiva sobre la velocidad, el riesgo, la adrenalina... Un proyecto de dimensiones faraónicas que debía ser su canto de amor al motor y su testamento para todos los pilotos del mundo. «Quería hacer la película de todos los tiempos y todas las generaciones, un filme que capturara los olores, el ruido y las sensaciones de las carreras de coches como nunca antes se había hecho en cine», explica Chad McQueen, el hijo del actor.

A finales de los 60, Steve estaba entre los intérpretes más importantes y mejor pagados de Hollywood. Cintas como «Los siete magníficos», «La gran evasión» o «Bullit» lo habían situado en la cima de la fama. Sus chaquetas, sus grandes gafas y el eterno pitillo lo convierten, además, en el «rey del cool». Pero la notoriedad no es suficiente. McQueen no quiere sólo conquistar el mundo, sino también a sí mismo. Y eso implica hacer cine sin cortapisas y hablar de lo único (casi) que le importa: las carreras. Para ello, funda con un socio su propia productora, Solar, y se asocia con Cinema Center. Entre todos reunen 6 millones de dólares. Una barbaridad de dinero al servicio de la megalomanía de McQueen, que será, además de productor ejecutivo, protagonista de «Las 24 horas de Le Mans». Para que no falte de nada, convocan al veterano John Sturges, que ya ha dirigido a McQueen en las mencionadas «La gran evasión» y «Los siete magníficos».

El rodaje arranca durante la propia competición en Le Mans, en julio de 1970. La idea es grabar «in situ» y en directo el fragor de la competición y recrear luego el material en una trama dramática. McQueen, que pocos meses antes ha quedado segundo en Sebring, la carrera de coches norteamericana más parecida a Le Mans, quiere pilotar en la prueba francesa con su Porsche 917. Pero la aseguradora lo prohíbe y amenaza con retirar el dinero a la productora. McQueen, por lo demás lesionado, tendrá que conformarse con el rodaje posterior. El equipo desembarca con una lluvia de dinero: innumerables técnicos, caravanas de material y dólares a razón de 200 al día para los pilotos que participan en el rodaje (los mismos que compiten en la prueba real: Derek Ball, Jonathan Williams, David Piper...). Todos ellos se alojan en un imponente castillo alquilado a un conde nativo.

«Las 24 horas de Le Mans» huele a negocio seguro. «Tienes carreras de coches y a Steve McQueen. ¿Qué tienes? ¡Lo tienes todo!», señala en el documental Les Sheldon, asistente del director. Pero la de «Le Mans» es la historia de una cinta fallida, al menos dentro de los cánones de Hollywood. El rodaje se alargó hasta lo indecible, unos 4 meses, y el presupuesto se disparó a 7,5 millones. Sturges, harto del ego de McQueen, más atento a rodar «ad infinitum» el rugir de los motores rechazando los guiones y guionistas que se le proponían, abandona a su vez la película: «Soy demasiado viejo y rico como para soportar esta mierda», dice. Paralelamente, el matrimonio del actor con la artista de Broadway Neile Adams naufraga ante las incesantes infidelidades de McQueen y su creciente paranoia tras aparecer en la lista de señalados por Charles Manson, que acaba de matar a Sharon Tate, la novia de Polanski. Por último, dos accidentes graves ponen el proyecto en la picota.

La cuerda, finalmente, se rompe. Cinema Center manda a sus ejecutivos de Hollywood y McQueen se ve obligado a firmar un vergonzoso documento en el que asume que su papel se reducirá a la interpretación, abandonando las atribuciones de productor ejecutivo. «La puta película se nos ha ido de las manos», diría el actor. Su visión perfeccionista, detallista, contrasta con la necesidad de Hollywood de tener un material concreto. Hasta la fecha, McQueen sólo ha rodado un carísimo documental y Cinema Center quiere un filme, una trama... Para Les Sheldon, la estrella, como Ícaro, se acercó demasiado al sol en su intento de «romper la barrera del cine» y sentar al espectador junto al piloto o, mejor aún, en el mismísimo asiento del conductor.

- Pésima taquilla

En 1971, tras algunas semanas más intentando hacer encajar las piezas, con el desconocido Lee Katzin como director, y sin la asistencia de Steve McQueen en la première, se estrena «Las 24 horas de Le Mans». Las cifras son incontrovertibles: de los 7,5 millones, sólo se recuperan 5,5 en taquilla, muy lejos de la asombrosa recaudación de «Grand Prix». Las críticas son dispares. McQueen se siente traicionado, herido en su amor propio, fracasado en su proyecto personal. Tras el fiasco, su matrimonio se rompe definitivamente, pero el actor logra reconducir su carrera con éxitos como «La huida», «Papillon» y «El coloso en llamas». Con el tiempo, «Las 24 horas de Le Mans» se convirtió en una cinta de culto para los amantes del motor. Antes de las modernas transmisiones televisadas de la Fórmula-1, plagadas de cámaras subjetivas y ángulos insospechados, o las recreaciones fastuosas a la par que irreales de Hollywood con sagas como «Fast and Furious», McQueen logró colocar la cámara en la misma pista, atrapar un poco de aquella magia de la adrenalina en estado químicamente puro. Sin embargo, el actor no conoció esa nueva vida, el éxito retardado, de su proyecto más personal, «el más difícil que he hecho nunca», pues en 1980 falleció de cáncer por envenamiento de amianto ligado al material de las carreras. Como él mismo decía, «se me acabó la gasolina». Y le ocurrió, además, a media pista, con sólo 50 años.

«Un mínimo error en Le Mans puede ser fatal»

por Lucas Ordóñez*

Las 24 Horas de Le Mans es la carrera más importante en la que un piloto profesional puede competir durante su trayectoria deportiva, incluyendo en esta aseveración a los de Fórmula-1, que también consideran así a Le Mans. Michael Schumacher o Mark Webber, antes de la Fórmula-1, han competido allí. Es una carrera única, en la que dependes de muchos factores, muy dura física pero más aún mentalmente. A más de 300 km/h en cuatro rectas diferentes del trazado, con 13 kilómetros en los que la mayoría son carretera abierta entre altísimos y enormes árboles, no hay margen para el error. Es un circuito peligroso y muy duro, por lo que un mínimo error durante las 24 horas puede ser fatal y es lo que marca la gran diferencia respecto a otras carreras. Mi historia con Le Mans es peculiar. Yo llegué a la competición gracias a la Play Station y a ganar el concurso GT Academy, que convertía pilotos del videojuegos Gran Turismo en realidad. Tres años después estaba en Le Mans y conseguí el primer podium en mi primer intento, algo que ha costado hasta décadas a mucha gente. Ya llevo cinco participaciones en Le Mans. La historia y el prestigio de esta prueba es enorme y sus condiciones extremas: compites por el día, al atardecer con el sol dándote en la frente, con lluvia, niebla, frío, calor y a gran velocidad... Eso da valor a las «narices» que les echamos conduciendo allí.

*Piloto de carreras que compite en Le Mans

Una pasión «infecciosa»

Steve McQueen llevó a la gran pantalla su pasión por el motor en varias ocasiones. Su huida a lomos de la mítica Triumph TR6 en «La gran evasión» (John Sturges, 1963) sigue siendo una escena de acción motorizada insuperable 50 años después de haberse rodado (en la imagen). Nadie mejor que él, que era un apasionado del enduro, para ejecutar aquella secuencia, sin duda una de las más recordadas de su carrera. Como tampoco era posible hallar un actor más capaz en todo Hollywood de llevar a buen puerto la espectacular persecución por las calles de San Francisco de «Bullit», con su Ford Mustang suspendiéndose en el aire a cada cambio de rasante. «Correr es la vida. Todo lo que pasa antes o después es espera», decía el actor en «Las 24 horas de Le Mans». Una frase que podría ser perfectamente el lema de una vida plagada de accidentes de tráfico y lesiones deportivas. Aquella pasión por el motor se transmitió de modo «infeccioso» a su hijo. Chad McQueen fue piloto profesional hasta que en 2006 sufrió un gravísimo accidente en Daytona que lo tuvo en coma varios días y lo apartó definitivamente de las pistas.