Sully, el héroe que salvó 155 vidas
Clint Eastwood estrena «Sully», una recreación del accidente aéreo conocido como «el milagro del Hudson», protagonizada por Tom Hanks y Aaron Eckhart, donde reflexiona sobre el heroísmo en nuestra sociedad
Clint Eastwood estrena «Sully», una recreación del accidente aéreo conocido como «el milagro del Hudson», protagonizada por Tom Hanks y Aaron Eckhart, donde reflexiona sobre el heroísmo en nuestra sociedad
¿Qué es un héroe? Alguien que hace algo excepcional en situaciones excepcionales. Esta respuesta improvisada podría ser una definición adecuada entre otras muchas igual de oportunas y válidas. Clint Eastwood ha reflexionado sobre estos personajes desde que comenzó su carrera cinematográfica. Su percepción de esta figura ha evolucionado desde sus inicios hasta hoy. Comenzó imaginando un héroe letal, sin pasado, que llega, como lo hace la venganza o la muerte, cabalgando desde el horizonte y sin previo aviso. De ese llanero solitario, con guardapolvos, Colt en el cinto de cuero y rostro impasible, o su versión más urbana y actualizada, vestido con americana y con un Magnum 45 en la funda sobaquera, ha llegado justamente al polo opuesto: al hombre corriente que cumple con su deber como ciudadano. Lo que queda en medio es un camino de desmitificación que maduró en «Sin perdón» (1992), un filme de factura excepcional que contiene una visión decadente y desencantada del Oeste, sus ciudades sin ley y sus principales figuras: los pistoleros. La cinta conllevó una revisión en profundidad de este género, que entonces no atravesaba sus mejores momentos, y, a partir de su estreno, los sheriff, los salteadores de ferrocarriles y los forajidos de diferente catadura que campaban por esos territorios dejaron de tener esa aureola romántica que les habían dado títulos como «Bonnie y Clyde» (1967) o «Dos hombres y un destino» (1969). Con este trabajo, East-wood parecía desdecirse de los papeles de policía duro que había encarnado en décadas anteriores (y que tanta popularidad le han dado) y ahondaba en un héroe distinto, inusual en él, que se apartaba de manera radical del código de hierro de Hammurabi, de ese «ojo por ojo y diente por diente», y entraba en un terreno más humano y, también, mucho más pantanoso, por lo menos, para la conciencia.
No resulta extraño que el realizador haya escogido el accidente aéreo que sucedió el 15 de enero de 2009 en Nueva York. Ese día un Airbus A320, con 155 pasajeros a bordo y los dos motores averiados, se vio obligado a amerizar en las aguas heladas del río Hudson (todos los pilotos saben que la peor pista para un aterrizaje de emergencia es el agua). El propio Eastwood pasó por una experiencia similar, cuando la aeronave en la que viajaba cayó en el océano. El director nunca ha ocultado que esa vivencia ha sido una de las más angustiosas y traumáticas de su vida, lo que, sin duda, le posicionaba como la mejor opción para contar esta sorprendente historia. Aunque cede y hace algunas concesiones al público innecesarias, en «Sully», protagonizada, desde el primer plano hasta el último, por un extraordinario Tom Hanks, Eastwood retuerce el argumento para entrar en la materia que más le gusta, pero introduciendo una interrogante nueva: ¿Hoy, en nuestra sociedad, es posible un héroe?
- Después del vuelo
La película, con un arranque prometedor que obvia cualquier introducción y arrastra al público al centro del drama desde el principio, es una reflexión sobre la posibilidad de que hoy existan héroes. El perfil que traza de Chesley Burnett «Sully» Sullenberger, el capitán del avión que evitó una catástrofre con una arriesgada maniobra, es semejante, aunque no igual, al del antiguo guerrero homérico Aquiles: un hombre que vive perseguido por sus propios fantasmas –como ya le ocurría a William Munny, el protagonista de «Sin perdón» o a Frankie Dunn, su papel en «Million Dollar Baby» (2004)–. A pesar de que él ha salvado a los viajeros y los miembros de la tripulación que viajaban con él, le atenaza la duda de si su decisión ha sido correcta o si, por el contario, fue una temeridad a pesar de que haya culminado con éxito. Una incertidumbre atizada por el papel que juega la posterior investigación del accidente y los resultados que arrojan los ordenadores y que sugieren que, con esas variables de vuelo, podría haber llegado a un aeropuerto y haber evitado el peligroso descenso sobre el Hudson.
Con estas premisas, Eastwood construye un artefacto fílmico eficaz, que se aleja de los convecionalismos de las películas sobre dramas aéreos y plantea una visión distinta de las personas envueltas en ellas. Sully ya no es un personaje de cualidades notables y escasas, como los roles que el director encarnó en otros tiempos, sino un trabajador, un currante, un piloto con cuarenta años de oficio a su espalda que en un instante clave de su trayectoria, limitado a 208 segundos, toma una resolución trascendental. Los supervivientes, por supuesto, lo consideran un héroe, pero la compañía, los seguros y los responsables de examinar esta clase de incidencias se reservan una visión distinta del asunto.
En este punto, introduce un debate curioso. En la época de las computadoras, en un mundo en el que todo está bajo la vigilancia y la supervisión de los cálculos y donde el margen de actuación es limitado y está muy observado, hasta qué punto queda un pequeño hueco para las hazañas sin que se consideren un riesgo y no caigan bajo sospecha, y se tilde a la persona que ha actuado de esa manera de imprudente. Este es el tema que vertebra la película, lo que revuelve el alma de Tom Hanks/Sully, agitada por la idea de haber desplomado el aparato que llevaba en la superficie con mayor densidad de población del planeta. Sus zozobras, sus cuestionamientos, el miedo a que todos lo consideren lo que en realidad no es, un héroe, es la sombra que le perseguirá incesantemente.
Eastwood ha claudicado hace tiempo de representar en el cine a un héroe épico, digno de las grandes hazañas que antes cantaban los poetas y que después, con sus mutaciones y actualizaciones pertinentes a nuestro tiempo, ensalzaron tantas producciones cinematográficas. El héroe, para este nuevo y viejo Eastwood ya no tiene nada de guerrero excepcional. Lo excepcional, en una sociedad como la nuestra, devorada por el consumismo y el pragmatismo que imponen el dinero y la prosperidad, es su manera de actuar, su fidelidad a una moral propia, auténtica, a una forma de comportarse, de intentar ser honesto con los demás y hacer, esto resulta esencial, lo correcto. A esto, al final se circunscribe un héroe: a cumplir con sus obligaciones. El héroe ya no es un forajido, dice el cineasta, es cualquier, puede, incluso, que sea usted.
Un director más allá de la edad
Clint Eastwood ha sabido amoldarse a los tiempos. O, mejor dicho, se ha adaptado paulatinamente a su edad. A diferencia de otros directores, como, por ejemplo, Woody Allen o Robert Redford, no ha buscado jóvenes actores que se parezcan a ellos físicamente, en su gestualidad o su forma de hablar o expresarse para que les suplanten en sus nuevos proyectos. El director de «Hombre blanco, corazón negro» ha resuelto el problema de los años con una dignidad notable y lo que ha hecho es buscar historias acordes a los años que iba cumpliendo. Este hecho, quizá, resulta esencial para comprender los personajes que ha reflejado en la gran pantalla. En la última parte de su trayectoria casi todos ellos son personas mayores, como este Chesley Burnett, «Sully, capaz de acometer una heroicidad a su avanzada edad gracias a su pericia y su sentido común. Pero el último cine de Eastwood está plagado de ancianos, como puede comprobarse en «Million Dollar Baby» o en la fabulosa «Gran Torino» (2008). Pero, incluso las películas en las que él ha declinado participar, como «Invictus», lo que encontramos es a un Mandela ya provecto. Aunque quizá lo más conmovedor de él es la historia de ese amor imposible y maduro que reflejó con acierto en «Los puentes de Madison». Dos personajes que recuperan la juventud justo antes de perderla para siempre.
La cara oculta
Si existe algo que no cuadra en la personalidad de Clint Eastwood es la deriva de la última parte de su cinematografía, repleta de personajes humanos, que repudian la violencia, que apuestan, incluso, por un Estados Unidos multicultural –como ocurre en «Gran Torino»–, su rechazo radical a las armas, algo presente en este mismo filme, y su defensa de actuar dentro de la Ley –«Mystic River» (2003)–. Sin embargo, su apoyo incondicional a Donald Trumpresulta inconcebible incluso por sus más entregados seguidores. De hecho, su apoyo al candidato republicano ha levantado una controvertida polémica y ha sido criticado por manifestarse a favor de un candidato que, prácticamente, defiende lo contrario a lo que él predica en sus películas. Es, quizá, la paradoja que arropa a ciertos creadores.