Crítica de cine

«Testigo»: Francia ha vuelto

La Razón
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Director: Thomas Kruithof.

Guión: T. Kruithof y Yann Gozlan.

Intérpretes: François Cluzet, Denis Podalydès, Alba Rohrwacher. Francia-Bélgica, 2016.

Duración: 88 minutos.

Thriller.

«Elegir Francia», decía Marine LePen para ganar las últimas elecciones. «Francia ha vuelto» es el eslogan del ficticio candidato conservador a las presidenciales de «Testigo». Es la Francia del triunfo nacionalista, el kafkiano estado-nación donde aún es posible que un hombre en el paro, víctima de la crisis, sea contratado por un tenebroso espía para que transcriba a máquina las cintas que se acumulan en una austera mesa, en un piso franco. El escenario es tan implausible que tiene una feroz lógica interna: es un planteamiento tan analógico porque necesita demostrar que aún seguimos atados a la gramática del miedo conspiranoico del «thriller» político de los 70; que por mucho que vivamos inmersos en la era digital las escuchas que hicieron dimitir a un presidente de EE UU hace 40 años podrían seguir siendo moneda de cambio para los servicios secretos de la Europa del Brexit. No es extraño, pues, que la película sea tan deliberadamente oscura como «El último testigo» o «Los tres días del cóndor». Cualquier intento de contextualizar emocionalmente a su protagonista es inútil porque lo que le define es su condición de títere controlado por las fuerzas clandestinas de un sistema que lo supera. Es de agradecer que la película sea de una abstracción esquemática, como si desde el principio aceptara su condición derivativa con humildad para luego explotar a fondo sus atractivos, esto es: el hieratismo de François Cluzet, el laconismo formal de la puesta en escena y ese nihilismo a la vez tan «vintage» y tan contemporáneo.

Lo mejor

Su premisa es intrigante y prometedora, aunque el resultado no esté a la altura

Lo peor

Que el personaje que encarna Alba Rohrwacher es puramente funcional