Darío Grandinetti

Un Papa con la sabiduría de la calle

Beda Docampo y Darío Grandinetti analizan el filme que cuenta cómo era Jorge Bergoglio antes de llegar a la Santa Sede: «Muchos políticos deberían ir a ver la película».

Darío Grandinetti da vida a Bergoglio a pesar de que no guarda mucho parecido físico: «Me centré en su ironía», asegura
Darío Grandinetti da vida a Bergoglio a pesar de que no guarda mucho parecido físico: «Me centré en su ironía», aseguralarazon

Beda Docampo y Darío Grandinetti analizan el filme que cuenta cómo era Jorge Bergoglio antes de llegar a la Santa Sede: «Muchos políticos deberían ir a ver la película».

Todo comenzó con un libro. Pablo Bossi, productor de «El hijo de la novia», entre otras películas, le regaló al director Beda Docampo, hijo de la emigración gallega a Argentina, un ejemplar de «Francisco. Vida y Revolución», de la periodista argentina Elisabetta Piqué. Lo leyó y le gustó –lo encontró «cálido»–, en especial la narración que tiene que ver con Bergoglio antes de ser Papa. Pero quería saber qué decían sus enemigos, «que tuvo y tiene muchos», para luego contraponerlo con sus charlas y los testimonios de sus amigos. La pregunta a la que Docampo quería responderse era si Bergoglio estaba haciendo como Papa todo lo contrario a lo que hacía en su vida anterior o sus gestos y palabras eran la coherencia de toda una vida. «Ahí –reconoce a LA RAZÓN– me di cuenta de que valía la pena contar su vida y sus momentos más esenciales. Me encontré con que era igual que ahora, hacía las mismas cosas». Así nació «Francisco, el padre Jorge».

Decidido, el director y guionista, que nació en Vigo, se encontró con dos problemas. El primero, que no encontró lados oscuros en Bergoglio, porque, según él, «se convierte en una excepción cuando debería ser la regla de quien tiene poder: servir a los demás y ser coherente entre lo que se piensa y se hace». La segunda tenía que ver con los actores, «el secreto de la cinta». No quería un actor correcto y parecido para interpretar a Francisco, porque su intención era hacer una película sencilla y bergogliana. Así surgió el nombre de Darío Grandinetti que, según Docampo, «ya pasó la prueba, pues los amigos de Bergoglio que han visto la película dicen que clava la interpretación. Lo hizo fantástico». Como antagonista no valía la figura de Elisabetta Piqué, «pues es una mujer católica que adora al Papa», y por eso se buscó un personaje agnóstico que tuviera problemas personales y reparos con la Iglesia, que interpretó la española Silvia Abascal. «Al final no se convierte al catolicismo, pero termina admirando a un hombre coherente», añade Docampo, que ve como uno de los mayores aciertos del filme haber contado con actores como Carlos Hipólito o Gutiérrez Caba para pequeños papeles.

Durante el proceso de selección de los actores, Beda propuso el trabajo principal a Darío Grandinetti, que no se lo creía; incluso llegó «a parecerle un disparate», aunque pronto cayó en la cuenta de que el proyecto estaba muy avanzado. «Empecé a pensar en la posibilidad de hacerlo, a observar la figura de Bergoglio y a analizar de qué modo me podía acercar al personaje en la interpretación. Había mucho material y de pronto me encontré haciendo el papel y ahora me encuentro con toda esta expectativa», explica.

No le costó decidirse, era un proyecto atractivo y además «muy halagador». «Interpretar a un Papa es una cosa muy determinada, pero si además está vivo, es argentino y siempre que habla parece que lo hace a favor de la película...», reflexiona.

Consciente de la ausencia del parecido físico, habitual en las películas sobre papas –véase a Edward Asner en «Juan XXIII, el Papa de la Paz»–, Grandinetti se centró en otros aspectos y lo hace realmente bien. «Quería que apareciera la ironía que el maneja tan bien, el humor sarcástico. La ironía es un valor muy grande para los jesuitas y está construida sobre los cimientos de una gran cultura. Bergoglio es un hombre muy culto y también sabio, pero de sabiduría de la calle. Esa mezcla de academicismo, por llamarlo de alguna manera, mezclado con San Lorenzo de Almagro, el mate y el barrio es muy atractiva», explica. También se fijó en la gestualidad, pues los argentinos, dijo, son muy de hablar con las manos. «En mi familia, somos muy de manotear el aire», añadió como si quisiera emular al Papa con uno de sus «bergoglismos» al usar esta expresión.

Reconoce que Bergoglio no era alguien en el que se hubiera fijado, pero, ahora que lo ha estudiado, lo que más le sorprende es su coherencia y su modo de actuar. «Los que le han tratado no se sorprendieron por sus gestos y palabras, pero están muy orgullosos de que sea el Papa», subraya. Para el director de esta película hispano-argentina, a Bergoglio no se lo conocía bien. De hecho, reconoce que su figura estaba marcada por muchas difamaciones que circulaban porque era un hombre al que no le gustaban las cámaras ni dar explicaciones. «Estaba muy centrado en los pobres de la villas, en el diálogo interreligioso... De hecho, de su vida personal apenas se conocen datos sueltos, con los que tuve que reconstruir algunas etapas de su vida. Creo que la opinión pública sigue dividida sobre él y todavía hay mucha gente que lo ataca porque dice cosas que la gente no quiere escuchar. Por ejemplo, con la corrupción es implacable. De hecho, llegó a decir que era un pecado que no se podía perdonar. Él veía los efectos en sus pobres».

Los pobres de las villas miserias de los que habla Docampo y que tanto quiere el hoy Papa también tuvieron su hueco en la película. Salvo Darío Grandinetti, Silvia Abascal y el actor que encarna al padre Pepe, un cura villero, todos los actores que aparecen en las secuencias rodadas en la villa son de allí, gente que va a pequeños cursos de teatro. «Para saber lo que es una villa hay que estar allí. Tú y yo no duraríamos 15 minutos y Bergoglio entraba sólo por la noche. Fue más fácil rodar allí porque todos lo adoran», confesó. Si algo tienen claro Beda y Darío es que es una película que va a emocionar a los espectadores católicos, pero no es sólo para católicos. «La película le gustará o no, pero no pretende adoctrinar a nadie. En todo caso, la enseñanza que le puede dejar es cómo alguien convencido de su fe sigue adelante y avanza con lo que le toca. Es una enseñanza para todos, creyentes o no creyentes», reconoce el protagonista. Por su parte, Docampo añade que es «un ejemplo cívico»: «Deberían verla muchos políticos. ¿O no desearíamos que la gente de poder haga lo que promete y se ponga al servicio de los demás?». Ahí está la película y ahí queda la recomendación. Puede ser oportuna, más aún cuando el Papa, estará en boca de todos por su inminente viaje histórico a Cuba y EE UU.