«Van Gogh, a las puertas de la eternidad»: En un infierno sereno
Dirección: Julian Schnabel. Guión: J. Schnabel, J.-Cl. Carrière y L. Kugelberg. Intérpretes: W. Dafoe, R. Friend, O. Isaac. Suiza-Irlanda-Gran Bretaña-Francia-EE. UU, 2018. Duración: 111 min. «Biopic».
Cuando Antonin Artaud escribió sobre el genio y la locura de Van Gogh, nos recordaba que, en su pintura, no había fantasmas, ni visiones, ni alucinaciones, solo una suerte de sufrimiento prenatal, que respondía probablemente a esa necesidad que hay detrás de cualquier acto creativo de extirparse a uno mismo del infierno. En todos los «biopics» sobre Van Gogh –y hemos visto los de Minnelli, Altman y Pialat– siempre le percibimos como un hombre atormentado y visceral, a duras penas escapándose de las llamas de la eternidad, algo así como uno de los trazos densos que flameaban en sus cuadros. De pintor a pintor, Julian Schnabel se adjudica el derecho de reimaginar a Van Gogh, con la voluntad de no reducir a un impulso violento y suicida su compleja personalidad de anacoreta en busca de un color brillante. Es así como aparece un artista más lúcido y reflexivo, que incluso se permite el lujo de sonreír, y que Willem Dafoe interioriza con una fuerza serena, que se despliega en todo su esplendor en los momentos más íntimos –la conversación con el sacerdote en el psiquiátrico–, y que no cae en lo hagiográfico gracias a la verdad pelirroja del intérprete, que nunca destiñe. La película, que abarca desde su estancia en Arlés hasta sus últimos días en Aubers-sur-Oise, resulta más discutible cuando reinventa la propia pintura de Van Gogh, en una especie de relectura sinestésica-panteísta de su obra. Por un lado, parece atractivo el gesto de desacralizar la obra del pintor holandés, atreviéndose a reapropiarse de ella en un acto de representación que no tiene por qué ser mimético –como sí lo era, por ejemplo, el enfoque del episodio de los «Sueños» de Kurosawa protagonizado por Scorsese–. Por otro, en su recreación casi malickiana, con una cámara que levita sobre lo natural y con la parte inferior del cuadro desenfocada, da la impresión de que Schnabel utiliza a Van Gogh para hacer una película sobre sí mismo; sobre su sensibilidad plástica, sí, pero también sobre su insólita, abrumadora necesidad de reafirmarse en un narcisismo que calificaríamos de cósmico.