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Ciudad Juárez: bienvenidos al infierno

larazon

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Vivir para contarla. No sabemos si es la máxima de Omar Jerez, tan inquieto como extremo, pero lo parece. Ha llegado hace muy poco de Ciudad Juárez. De milagro. «Todo lo que hemos visto allí es mucho más espantoso que lo más terrible que te puedas imaginar», cuenta el artista a través del teléfono. Después de meterse en el corazón de la mafia en Nápoles, Jerez quería sentir en sus propios huesos cómo se respira en la ciudad más peligrosa del planeta, donde cerca de 30.000 mujeres han desaparecido desde 1970.
Los carteles que reclaman a chicas que han desaparecido y que jamás volverán a la vida porque al día siguiente están muertas, empapelan una urbe asfixiante en la que nadie quiere quejarse, en la que el silencio se ha impuesto a golpe de pistola, machete, fusil. Son cientos las fotografías de niñas que te miran desde las esquinas, adolescentes casi a las que sabes que secuestran, torturan y matan en un ritual horripilante. «Quisimos experimentar de cerca lo que era buscar a una de estas jóvenes. Por eso Julia Martínez, con quien trabajo, y yo pegamos dos carteles ficticios de dos jóvenes desaparecidas. Junto a nosotros venía un padre que pegaba uno de su hija, real, desaparecida de verdad, Esmeralda Rincón Castillo, desaparecida en 2009. Hemos pasado allí 20 días y llegado a donde nadie se habría atrevido, en locales en los que se ve a viejos tocando a niñas de apenas 13 o 14 años. Es la peor ciudad del mundo para nacer mujer, como ser judío en la Alemania nazi», cuenta Jerez. «Y lo peor es que no existen indicios de que aquello vaya a parar jamás», añade.
Total indiferencia
Uno de los carteles inventados era de una joven con rasgos indígenas, el otro de una chica rubia caucásica. Jasmin Rodríguez y Norma Hernández, dos mujeres que no existen y que podrían ser dos de las siete que cada día desaparecen en Ciudad Juárez. Cada día. La segunda «performance» era dura, afilada, terrible: convocaron a un grupo de mujeres para que leyeran un cartel ficticio basado en testimonios reales: «Mi nombre es Marisela Fuentes, el 16 de enero seré secuestrada, me llevarán a una casa para ser violada, torturada y mutilada por doce hombres. Mi familia denunciará mi desaparición...» Terrorífico. Pero la realidad superaba una vez más a la ficción del creador: el mismo día de la lectura desapareció una chica en la ciudad a la que hallaron asesinada dos días después. Prácticamente igual que rezaba el texto. «Armas de destrucción pasiva» ha llamado a su experiencia.
«Los secuestros se producen a plena luz del día, en el centro, entre una zapatería que se llama Tres hermanas y una tienda de informática. Las chicas tienen entre 12 y 18 años. El tope está en 25: después las consideran unas ancianas», explica Omar Jerez. Y encadena cómo son los horrores, las vejaciones, las terribles torturas nunca imaginadas ni en las pesadillas más nauseabundas: «Contratan a médicos para que cuando sufran el primer infarto las reanimen para que puedan seguir padeciendo el horroroso calvario, hasta que las da un segundo ataque y fallecen. ¿No es lo más horrible que se puede hacer?», se pregunta. ¿Qué podemos responder?

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