Clara Janés: «El hombre tiene miedo de perder su dominio ante las mujeres»
La poetisa da voz a quienes se la quitaron en «Guardar la casa y cerrar la boca»(Siruela), un libro que homenajea a las autoras silenciadas
A Clara Janés le disgusta perder el tiempo en naderías intrascendentes, en asuntos que carecen de verdadera importancia. «A mí lo que me interesa es lo mismo que a Hannah Arendt: saber, comprender, entender este mundo». Apenas compra novelas ya «porque la mayoría de las que se escriben no me atraen» y ha volcado su tiempo, su oficio y su escritura en un libro que es un homenaje a las mujeres, a todas aquellas que fueron silenciadas. Algunas son conocidas aún; otras, han caído en el olvido; las más, son anónimas, que jamás sintieron la pulsión de que su nombre rebasara los límites de su tiempo, de su época.
–¿Por qué se ha intentado cerrar la boca a las mujeres durante tantos siglos?
–Bueno, las mujeres tienen un cuerpo distinto al hombre. En tiempos antiguos tenían muchos embarazos y debían estar pendientes de dar la vida. Podían tener dos o quince hijos, y, a veces, sólo sobrevivía uno de ellos. Esto es terrible y marca una diferencia de la situación de las mujeres en el mundo. Después, la sociedad se encargó de que la mujer se centrara únicamente en estas tareas y no en otras cosas. Y cuando quiso recobrar su propia voz, se interpusieron elementos, como los religiosos, que se lo impidieron. Y ha quedado un miedo en el hombre a que se le usurpe de ciertas situaciones.
–¿Miedo?
–Sí. Existe un miedo en el hombre de perder su dominio ante la mujer y ante cualquier cosa. La cantidad de mujeres que mueren hoy en día por sus parejas es inmenso. Y es que el hombre quiere demostrar su poder. En una ocasión le preguntaron a Hannah Arendt si quería influir. Ella respondió que esa era una pregunta típicamente masculina. Y añadió: «Yo lo que quiero es llegar a conocer». El hombre por su complexión, por su fuerza, por la historia, tiene una posición que le ha otorgado el poder y ahora están cambiando los poderes. La mujer puede controlar la natalidad. Puede tener métodos anticonceptivos. La situación es diferente.
–Todavía hoy las mujeres son utilizadas como armas de guerra en determinados países.
–Sí, la mujer está siendo silenciada en muchas partes. Pero, para mí, continúa siendo por la misma causa: El poder. El hombre no quiere perderlo. Por ejemplo, Las mujeres afganas. Lo que está pasando allí tiene que ver con eso. Y ahí también está otra cuestión muy absurda, en este caso religiosa, como es tapar a la mujer porque es objeto de pecado. Lo que me gusta de las afganas es que son muy valientes y no les importa morir lapidadas, y cantan lo que sienten porque no saben escribir.
–En la antigüedad existieron muchas poetisas. Usted, de hecho, nombra a una de las primeras escritoras: la acadia Enheduanna. ¿Cuándo comenzaron a enmudecer las mujeres?
–Existe una cuestión religiosa que resulta importante. En un momento dado, la religión relega a la mujer a un segundo lugar. En la época de los nidos arbóreos, cuando los hombres comían bayas, ahí, la verdad, no creo que hubiera diferencias entre los hombres y mujeres. Pero también es cierto que vivían veinte años y que no se había desarrollado la agricultura. Cuando el hombre empieza a dedicarse a la caza, es el momento en el que se van separando los papeles de cada uno. La religión también tiene influencia. Pero hay que tener en cuenta que ha habido zonas y épocas en las que había libertad y otras en las que no la había. En Roma, al principio, la niña iba con los niños al colegio y tenía los mismos derechos legales, como el divorcio.
–¿Entonces?
-Llegó Augusto y lo prohibió todo. ¿Por qué? Quizá porque las matronas tenían mucho poder. Una de las cosas que quedan es el discurso de Hortensia. Cuando se intentó imponer un impuesto por unas cuestiones del Gobierno, ella, haciendo un uso excelente de la oratoria, asegura que las mujeres romanas darían todas sus riquezas, todas sus joyas, por un enemigo exterior, pero no, por motivos meramente intestinos. Cuando leí ese discurso descubrí que contenía la misma lucidez y la misma manera de expresarse que el monólogo de Marco Antonio en la obra «Julio César», de William Shakespeare.
–¿Qué me dice de Santa Teresa? Es el 500 aniversario de su nacimiento y usted le ha dedicado una antología, «Poesía y pensamiento» (Alianza)
–Para mí es fantástico. «Las moradas», cuando habla del éxtasis, en realidad, de lo que habla es de una revelación de su inconsciente. Y el cuerpo también está ahí. Habla del gozo que hay en el éxtasis, y advierte a las hermanas que están con ella que tendrán ganas de morir si lo sienten. También es fascinante cuando reconoce el deseo de no sobrevivir a la emoción. Es justo lo que les pasa a estas monjas. Hay que estudiar todo esto mucho más. Santa Teresa era muy inteligente. Ella decía que escribía por obediencia. Pero creo que, de una manera sutil hacía que la obligaran a escribir porque es lo que quería.
–Otra mujer: Sor Juana Inés de la Cruz.
–Poseía una gran curiosidad intelectual. Escribía de niña. Ella se acercaba a la lengua del pueblo y a la gran cultura. Escribe tan bien como Góngora y Quevedo. Tenía interés por la física y la astronomía, y tenía ábacos e instrumentos. El poder la critica cuando ella reclamó que las mujeres tenían derecho a acceder a la cultura. A partir de ahí tiene que declarar, permitir que le quiten todo. Al final cayó contagiada por una enfermedad y murió. Terrible.
–Qué le parece, por ejemplo, la imagen y el papel que concede la publicidad a las mujeres.
–Me parece muy mal. Ahí está el cuerpo de la mujer y la pistola del hombre, lo que también tiene un evidente significado sexual. Todavía existe una cosificación de nosotras. La prueba es cómo la utiliza la publicidad. Pero creo que ahora, las mujeres pueden empezar a controlar todo esto. Pueden tener una vida diferente a la que han tenido. Pero, sin duda, el cuerpo todavía continúa ahí.