Cómo sobrevivir al monstruo Pelicot al que llamabas papá
La hija de Gisèle Pelicot, Caroline Darian, desgrana en un libro testimonial desgarrador publicado en España por Seix Barral y Edicions 62 la trascendencia social del infierno sufrido por su madre y la familia


Madrid Creada:
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El 2 de noviembre de 2020, la francesa Caroline Darian recibió una llamada que transformó su vida en una pesadilla. Su padre, Dominique, había sido arrestado tras ser sorprendido filmando en secreto a mujeres en un supermercado. Sin embargo, este hecho, ya perturbador, era solo el preludio de un horror inimaginable: durante una década, Dominique había drogado a su esposa, Gisèle Pelicot, permitiendo que decenas de hombres la violaran mientras él lo filmaba. Ese caso es el que ocupa su reciente libro, «Y dejé de llamarte papá», en el que se afana en detallar cómo sacudió los cimientos de la sociedad francesa y traspasó fronteras por la magnitud del delito y sus implicaciones sociales. En este testimonio desgarrador, Caroline relata el dilema de ser hija de la víctima y del agresor, enfrentándose a la doble pérdida de una madre vulnerada y de un padre cuya monstruosidad desmoronó su imagen paternal.
El arquitecto del horror
En septiembre de 2024 comenzó el juicio en el tribunal de Aviñón, un caso histórico por el número de acusados: 51 personas, de las cuales 18 permanecieron en prisión preventiva. Entre ellos se encontraba Dominique, el arquitecto del horror, acusado de violación agravada, sumisión química, grabación de imágenes sexuales y posesión de material pornográfico. Las audiencias revelaron la profundidad de los crímenes: Gisèle, su esposa desde hacía 38 años, fue sometida a una mezcla de lorazepam y zolpidem, drogas administradas por su marido para dejarla inconsciente.
Durante al menos ocho años, él contactó a desconocidos a través de plataformas digitales, permitiéndoles abusar de su esposa mientras él grababa cada acto. Los archivos digitales encontrados en su poder ascendieron a veinte mil. «Nuestro naufragio familiar es como un laberinto», escribe Caroline en su reciente publicación. El juicio no solo fue un proceso legal, sino también un escándalo mediático que expuso la cara más oscura de la violencia intrafamiliar y la sumisión química. Cada testimonio añadía una capa más de horror a una historia de por sí insoportable. Las víctimas indirectas, como los hijos de Dominique y Gisèle, también encontraron en ese tribunal un espacio para su propia catarsis. «Ese lugar era un campo de batalla emocional», confiesa Caroline. Para ella, el juicio no solo representó una búsqueda de justicia, sino también un ejercicio de memoria colectiva que enfrentó a la sociedad con los horrores del silencio cómplice.
El seudónimo "Caroline Darian" tiene un significado especial para la autora. Es una combinación de los nombres de pila de sus dos hermanos, David y Florian, quienes han sido pilares fundamentales en su vida después de que la revelación de los crímenes devastara a la familia. A través de esta elección, la narradora rinde homenaje a la unión y el apoyo de su familia frente a la adversidad. En estas páginas desgarradoras, describe cómo sus hermanos la acompañaron en momentos cruciales, desde las primeras investigaciones policiales hasta las largas horas de audiencia en el juicio. También comparte anécdotas que muestran cómo se enfrentaron juntos a los horrores que dejaron los actos de su padre, como su decisión conjunta de apoyar a su madre incondicionalmente y su compromiso con la verdad.
Una familia que resiste unida
Esos momentos, marcados por la resistencia emocional, se convierten en el núcleo de su narrativa, ilustrando que, aunque la familia fue fracturada, aún existía un hilo invisible que los mantenía unidos. Caroline explica con todo detalle cómo se enteró de los crímenes cometidos por su progenitor y cómo esto trastornó su percepción de una infancia y una familia aparentemente normales. Relata, por ejemplo, el día en que su madre la llamó para informarle que Dominique estaba en custodia policial.
«Esa llamada marcó un antes y un después en mi vida; a partir de ese momento todo cambió», confiesa. También describe los signos sutiles que ahora, en retrospectiva, revelaban la manipulación y los abusos que sufría su madre: pérdida de peso, confusión mental, pérdida de cabello y episodios de ausencias inexplicables que toda la familia atribuía al estrés o a problemas de salud comunes. A través de su relato, también emerge el dolor de enfrentarse a un padre que, hasta ese momento, había sido una figura amorosa. La dualidad entre el hombre que la cuidó durante su infancia y el monstruo que destruyó a su madre y su familia es uno de los ejes centrales de estas páginas. Caroline también revela cómo ha enfrentado sus propios sentimientos encontrados hacia su padre. «No sé si puedo odiarlo completamente», confiesa, dejando en evidencia la complejidad de navegar entre el amor filial y el rechazo total hacia sus acciones… «Lo que sé es que nunca olvidaré ni perdonaré lo que le hizo a mi madre y a nosotros».
El caso de Caroline recuerda otras historias literarias como la de Delphine de Vigan, quien en «Nada se opone a la noche» también expone los secretos oscuros de su familia, o incluso la obra de Virginie Despentes, que en su cruda narrativa aborda la violación desde un prisma de denuncia y empoderamiento. La voz de Caroline se une a este coro de autoras que han desnudado sus heridas personales para convertirlas en herramientas de resistencia y conciencia. Caroline escribe con una honestidad desgarradora, exponiendo no solo los crímenes, sino las secuelas emocionales y psicológicas que aún cargan tanto ella como su madre y hermanos.
La sumisión química, el mecanismo utilizado por Dominique para llevar a cabo sus crímenes, es un fenómeno alarmantemente subestimado. Aunque se asocia principalmente con el GHB o «droga del violador», en este caso se utilizaron medicamentos comunes, como ansiolíticos y somníferos, disponibles en cualquier botiquín. Un estudio de la Agencia Nacional de Seguridad del Medicamento en Francia revela que el 69.5% de las víctimas de este tipo de delito son mujeres, mayoritariamente agredidas en entornos privados. Sin embargo, la falta de formación de profesionales de la salud y la dificultad para detectar estas sustancias complican tanto la denuncia como el tratamiento. Caroline fundó el movimiento #MendorsPas («No me duermo») en 2023, una asociación destinada a sensibilizar sobre esta forma de violencia. Precisamente su iniciativa busca formar a profesionales y brindar apoyo integral a las víctimas.
La valentía demostrada al exponer su historia ha inspirado a otras personas a denunciar y romper el silencio. Posiblemente el impuso definitivo para montar este movimiento se lo dio su propia madre que, según relata: «se siente liberada (…) y eso es en parte gracias a mi acción mediática. Dice que no se puede querer ayudar a las víctimas si uno mismo se avergüenza de serlo. Voy a mostrar el mejor ejemplo de tu lucha, resume su Gisèle». El legado de «Y dejé de llamarte papá» no se limita al ámbito judicial o mediático. Es un libro que cuestiona la sociedad y sus instituciones, exponiendo cómo las dinámicas de poder, la violencia de género y el silencio cómplice pueden perpetuar atrocidades como las vividas por Gisèle.
En este sentido, su testimonio también guarda paralelismos con las obras de autores como Annie Ernaux, quien explora cómo las heridas de la violencia en el seno del hogar trascienden generaciones, convirtiéndose en espejos de una sociedad que falla en proteger a los más vulnerables. «No hay forma de volver atrás», reflexiona Caroline en el epílogo del libro, «pero hay maneras de avanzar, aunque los pasos sean lentos y dolorosos».
En un mundo donde la violencia de género sigue siendo una epidemia, la historia de Caroline y Gisèle es un recordatorio de que el silencio nunca es la respuesta. No en vano, desde sus páginas nos anima a todos: «Sigue creyendo en la vida y en las cosas más hermosas que te ofrece». Una máxima que refleja no solo su propio proceso de sanación, sino también la esperanza de que su testimonio inspire a otros a luchar contra la violencia y a apoyar a quienes la han sufrido. Un libro valiente, que posiblemente sepa más que su propia autora, y que no pierde el tiempo en ocuparse de que las cosas no estén mal, sino en que estén definitivamente bien.