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El conejo contra el Pato Donald
Bad Bunny sí es el puto amo y no Pedro Sánchez, que se fue al estreno de «El cautivo» con unos pantalones pitillo que ya no llevan ni nuestros hijo
Me suelen repatear los artistas que quieren salvar el mundo, esa geoestrategia universal que utilizan para cualquier conflicto. Reconozco que Bad Bunny podría entrar en ese grupo, como el tonto de Pedro Pascal, que es tan guapo como vacuo, pero Bad Bunny es de otra pasta. Un verso suyo bastará para salvarnos, así que no lo puedo tratar como a Javier Bardem o a Miguel Ríos. Bad Bunny sí es el puto amo y no Pedro Sánchez, que se fue al estreno de «El cautivo» con unos pantalones pitillo que ya no llevan ni nuestros hijos o nuestros sobrinos porque elegir un pantalón así es de haberse quedado viejuno, y encima para ver una película en la que Cervantes se lo monta en un haman, como en una sauna, con un trasunto de Tino Casal, ojos pintados, túnicas con ramalazos dorados, en fin, un disparate. La izquierda flipa. Me gustaría probar las sustancias que consumen, si es que consumen alguna, porque, joder, se lo pasan en grande e inventan unas teorías alucinantes. Como la de un Cervantes progre, alimentada en el siglo pasado. Todavía Góngora podría ser una señora, ¿pero Cervantes?
Bad Bunny es otra cosa, no se confundan. No quiere actuar en Estados Unidos porque teme las «redadas de inmigrantes»; vista la política loca de Donald Trump, es su manera de protestar ante una política absurda que además se jacta de serlo, como aquí la de los flojos de Vox. Santiago Abascal, supongo, no escucha a Bad Bunny, pero debería. No solo porque, a mi entender modesto, es el mejor cantante del siglo XXI, alguien que se verá en el tiempo como los Beatles, sino porque buena parte de su mensaje es antisistema en la manera en que ve el sistema un izquierdoso que reniega de Javier Marías. Bad Bunny es todo eso que no puede juzgarse con los códigos del siglo pasado y que los políticos y los bienpensantes de hoy no entienden.
Si Bad Bunny aparece en Mónaco bebiendo champán en un yate en compañía de unas chicas «de imagen», que diría Lamine Yamal, no significa que trate a las chicas como objetos porque él mismo es objeto, representa a un joven aspiracional al que le encanta exhibir el lujo porque la mayoría de sus seguidores son de barrio. Eso es lo que no han entendido los abajofirmantes que creen que enseñar un culo de mujer es un pecado, sea en el contexto que sea. El último disco de este cantante es una obra maestra y una reivindicación de Puerto Rico, de las raíces de las que reniega Donald Trump, que trata la emigración a lo bruto, que ni calvo ni tres pelucas, pero ahora se lleva raparse (como Alcaraz) o tener melena, los términos medios son de otro momento, como los pantalones pitillo de Pedro Sánchez, algo demodé.
A lo que iba, Bad Bunny puede permitirse cargar contra Donald Trump sin que chirríe el argumentario. Su último disco, Puerto Rico puro, lo acoge entre los que no son unos mamarrachos que se aprovechan del momento. Los genios tienen estas cosas. Que uno no puede ser imparcial. El talento y la belleza pueden con nosotros.