"La contadora de películas": el milagro del desierto
“La contadora de películas”, carta de amor al cine de Lone Scherfig, se disfraza con el carisma de una familia minera del norte de Chile para contar la historia del país
Valladolid Creada:
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Aunque la palabra haya echado raíces por toda la lengua, lo “tenaz” hacía referencia original a “aquello que aprieta”. Así, lo que no ceja en su empeño y lo que se agarra con fuerza se volvió sueño metafórico, definición del afán y la constancia. La etimología se queda corta, efímera en lógica, cuando uno quiere explicar la tenacidad de una mujer o de todo un país, como hace con extremada delicadeza la directora Lone Scherfig en “La contadora de películas”. El filme, basado en el libro homónimo y éxito de ventas del escritor Hernán Rivera Letelier, nos transporta hasta el norte de Chile a finales de los sesenta, donde una familia minera encuentra en el cine la escapatoria perfecta a los tambores de revolución por los que late ya la tierra.
Encabezada en el reparto por Antonio de la Torre (aquí en inmaculado acento chileno), Bérénice Bejo (“The Artist”) y Daniel Brühl (“Good Bye, Lenin”), la película está en realidad protagonizada por dos jóvenes actrices, que dan vida a la María Margarita protagonista en las dos grandes etapas del filme: Alondra Valenzuela, de 12 años, y Sara Becker, de 21. “Recuerdo que cuando fui consciente de la historia, lo que más me impactó fue darme cuenta de la capacidad transformadora y evasiva del cine. Es como si viéndote en las historias, identificándote, fueras capaz de olvidarte por un rato de tus propios problemas. Es contradictorio, pero es muy curioso, muy lindo”, explica poética Becker, sentada junto a su álter ego más joven, en entrevista con LA RAZÓN al paso de la película por la Seminci de Valladolid.
Y sigue: “Ambas somos actrices que empezaron su carrera muy jóvenes, cuando éramos niñas pequeñas. Entonces hay algo de María Margarita en nosotras. Yo llegaba del colegio a disfrazarme con la ropa de mi madre y a subirme encima de la mesa para cantarle a mi familia”, recuerda Becker, antes de que intervenga Valenzuela: “Era la hora del show. La hora de ser artista. Y eso conecta directamente con el lugar en el que hemos buscado al personaje”. Y es que la elocuencia de las intérpretes, elegidas entre más de 200 candidatas de un proyecto con producción española y cuyo guion firman Isabel Coixet y Rafa Russo, es la misma elocuencia del personaje que le da forma a todo. Tras un accidente del patriarca (De la Torre) en la mina, que deja a la familia temblando en términos económicos, la familia tiene que renunciar a su pasatiempo favorito, el de ir al cine cada domingo por la tarde, y elegir a un solo miembro para que haga de corresponsal en la sala. Es entonces cuando María Margarita se convertirá en trovadora, representante de los suyos a la luz del proyector y acaso última transmisora oral del Hollywood dorado.
Contando “Espartaco”, haciendo mímica para explicar “El bueno, el feo y el malo”, y recreando los golpes de “Más dura será la caída”, “La contadora de películas” se apoya en los resortes que hacían grande y emotiva a su referente más obvio, “Cinema Paradiso” (1988), pero los refuerza con un mayor atrevimiento político: la película es una preciosa carta de amor a la experiencia compartida del cine, sí, pero también es un estudio de las políticas de neocolonialismo que llevaron a la revolución encabezada por el Presidente Allende y un reflejo atemporal de la opresión femenina, bien a través de la institución del matrimonio como cárcel de lo individual, bien a través de la mercantilización de la belleza. Pero es que incluso cuando el filme se deja seducir por la cursilería, por lo rimbombante y lo ya recorrido, resulta interesante, porque es capaz de enamorar y epatar sin dejar de pegarse a una realidad increíblemente dura como la del páramo norteño: María Margarita es un milagro en el desierto.
“No creo que el cine te cambie la vida de manera material, pero sí te entrega herramientas muy útiles en tu desarrollo como ser humano. Te hace más grande. Y eso también puede ser práctico. Chile, ahora mismo, está pasando por un momento de gran incertidumbre política, y la cultura está sirviendo para agarrarse a algo. Cómo no querer ver películas en el cine, cuando es uno de los pocos lugares en los que activamos todavía por completo nuestro inconsciente colectivo y somos capaces de reír o de llorar con la misma escena, pensemos como pensemos”, apunta meridiana Becker, sin duda la gran revelación de la película una vez el díptico que se parte por el abandono del hogar de la madre (Bejo), en busca de una vida como artista.
Y es ahí donde reside, en verdad, el alma tenaz de “La contadora de películas”. Más que en el propio poder del cine, que también, el filme habla de las renuncias (forzosas y voluntarias) que implica dedicarse en cuerpo y alma al arte: “Por suerte, hemos tenido padres que nos han ayudado, que han intentado que no nos perdamos nada de nuestra infancia. Pero sí es verdad que no ha sido como la de todo el mundo, ha sido más acelerada”, reconoce sincera Valenzuela, de sonrisa perenne, sobre el alma metafílmica de una película que se disfraza de “feel good movie”, caramelito para las audiencias más casuales, pero que esconde un brillante análisis sobre la tenacidad de un país.