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Coppola: Un Sancho amarrado a una cámara de cine

Francis Ford Coppola / Artes. El director recordó con cariño sus primeras experiencias y reconocimientos en España. Allá por 1967, cuando sólo tenía 28 años San Sebastián ya valoró su trabajo con la Concha de Oro, ni siquiera había recogido los Oscar que le engrandecerían
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«Seguimos siendo pioneros del cine». Francis Ford Coppola incidió durante su discurso en la misma idea que ha expuesto durante estos días previos en Oviedo: la necesidad de avanzar en la innovación y dejar atrás las pleitesías que impone una industria tiranizada por la exigencia de los beneficios. Aseguró con contundencia que «toda arte interpretativa es una creación y un subproducto de la tecnología» y recordó sus inicios en el cine, cuando traía el alma arrebatada por la cinematografía de Bergman, Kurosawa, Fellini, Rossellini y Buñuel.
Esa época kamikaze, como describe Peter Biskind en uno de sus libros más célebres, en que deseaba «explorar las posibilidades futuras de esta forma absolutamente mágica de la literatura: el cine». Para evitar que éste caiga en la desidia del tópico y el lugar común que él encontró a finales de los 60, pidió evolucionar «en direcciones que aún no se han revelado del todo ante nosotros, pero con las que deseamos experimentar».
Coppola es un cineasta que deja la extraña sensación del hombre que a los setenta y pico aún aguarda la llegada de algo más excitante y prometedor. «El propio medio está experimentando cambios: en la forma misma de escribir para el cine, explorando las nuevas técnicas de los fundamentos: punto de vista, estilo narrativo, monólogo interior y una nueva combinación de las películas documentales y de ficción. Más allá de eso, hay cine en vivo, cine en red y el experimentar dentro de estas nuevas fronteras de la era de la información, y los resultados será todo lo diferente que pueda ser de lo que hacemos ahora, pero será de hecho una extensión de la misma». Coppola, que visionó el mundo salvaje de la mafia, el paisaje empobrecedor de los pandilleros que vivían en el lado blanco y negro de la sociedad, que entrevió la locura de la guerra a través del telón musical de una canción de The Doors, se refirió a las ilusiones y utopías que despierta el cine en las personas, a su capacidad para la denuncia y alentar esperanzas, a la equivocada suposición de que «un director de cine, y la fama que trae consigo, es capaz de usar el cine para resolver los problemas del mundo. En mi propia tierra, Italia, se cree que tengo el poder de acabar con la indignidad y la injusticia; que tengo el poder de influencia los muchos horrores que todavía padece nuestro mundo; que estoy en posición de solucionar las muchas dificultades en el Oriente Medio, que nacieron de las decepciones que se germinaron durante la Primera Guerra Mundial». Y él mismo se respondió: «¡Ojalá fuera así, pero no! Puede que un día sea capaz el cine de realizar tales milagros, pero, de momento, es como Prometeo, atado por las cadenas del mercantilismo, controlado y neutralizado en el nombre de los beneficios exentos de riesgos».
Culminó su discurso de agradecimiento evocando «El Quijote», aunque no para referirse al caballero de la triste figura, sino para reclamarse como heredero de su «escudero Sancho, deseando sólo no estar continuamente manteado y azotado por los extraños oponentes con que este amo mío sigue enredándose, sino simplemente cuidar de mi jumento y quizá tener una buena comida».
Coppola recordó la Concha de Oro que recibió en el Festival de Cine de San Sebastián en 1967, cuando tenía 28 años y aún le quedaba recoger los Oscar que empedrarían de brillo dorado su leyenda. Para el realizador, ese hecho abrió un paréntesis que se cierra ahora con el broche de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes, casi 50 años después. Repasó su etapa de formación, la generación de cineastas «inspirados» por el cine de un Hollywood que dominaba el entretenimiento, el de Wyler, Wilder y Vidor, y la de esos otros realizadores europeos que se decantaron por un trabajo de autor. De «esos dos extremos», reconoció, proviene él. «¿Puede el arte también servir como entretenimiento según la definición de estas dos corrientes? Nosotros sentimos que sí, sin duda. Esto siempre ha sido el objetivo», afirmó.