Crítica de "20.000 especies de abejas": la colmena perfecta ★★★

Sabemos que el mundo de los insectos es pragmático por naturaleza. Cada abeja obrera cumple su función en una estructura social, económica y política que optimiza tiempo, energía y recursos. Si el título de la ópera prima de Estíbaliz Urresola reivindica, en clave metafórica, la idea de diversidad, no es menos cierto que la máxima preocupación de la película es la de erigirse en funcional colmena para que cada personaje-abeja encuentre su celda, y, desde ahí, represente una posición que defender o cuestionar. Contra lo normativo se ofrece un orden. Está, por supuesto, la cuestión trans, representada en esta criatura que no se reconoce en su nombre masculino, y cuya crisis se extiende, como un discreto pero persistente terremoto, hacia las celdas colindantes, las que habitan su madre y su abuela, pero también las más lejanas, las de un padre ausente y una tía-abuela de una lucidez amarillo miel.

Está la cuestión de la identidad femenina, que sufre en su camino emancipatorio, que no puede desplegar su creatividad si no se aparta de la sombra del patriarcado. Está la maternidad y el diálogo intergeneracional y la búsqueda de una voz propia en el arte y etcétera, etcétera, y Urresola, que atiende a todas las razones con sensibilidad y delicadeza, y que dirige sin un ápice de condescendencia a sus espléndidas actrices, se deja llevar acaso por una cierta pedagogía del discurso, y el zumbido que emana de tantos temas y de tantas perspectivas busca un equilibrio demasiado perfecto, que quizás la propia película debería desafiar.

Los espléndidos trabajos de Otero y López Arnáiz y el coraje de abordar la cuestión trans desde una perspectiva noble y honesta.

Es en exceso pedagógica y quiere tocar demasiados temas a la vez.