Crítica de "Almas en pena de Inisherin": fin de partida ★★★★★
Dirección y guión: Martin McDonagh. Intérpretes: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Pat Shortt, David Pearse, Gary Lydon, Jon Kenny. Reino Unido, 2022. Duración: 114 minutos. Drama.
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“Almas en pena de Inisherin” es el contraplano de “Fin de partida” de Beckett. Hamm tiene miedo de que Clov le abandone, Clov quiere librarse de él, pero en el escritor irlandés siempre manda la parálisis. Para que el mundo se mueva -es decir, se autodestruya, por fin- hay que pasar a la acción. La acción es devastadora, pero es vida al fin y al cabo. ¿Qué habría ocurrido si Clov hubiera podido librarse de Hamm? En la excelente película de Martin McDonagh, Colin Farrell viene a ser un Hamm, que, como todos los días, pasa a buscar a su amigo del alma, su particular Clov (Brendan Gleeson), para tomarse las pintas de rigor. Pero hoy su colega, el que da sentido a su existencia, no responde, ni responderá jamás. Ha decidido dejar de hablarle, no hay vuelta atrás.
No es casual que la acción esté situada en una isla, en los años veinte: a lo lejos, al otro lado del horizonte, la guerra civil avanza, pero ese lugar idílico de una Irlanda arquetípica cada día se despierta con la fuerza de la costumbre, todo está diseñado para que no cambie, hasta el punto de que el paisaje parece un decorado y los habitantes de la comunidad rural parecen haberse escapado de una copia prístina de “El hombre tranquilo”. Tal vez son presas de una ficción fuertemente codificada contra la que un personaje quiere finalmente rebelarse, obligando a su antagonista a darse cuenta de su condición de figurante en su propia biografía.
“No hay nada más divertido que la infelicidad”, se dice en “Fin de partida”. En la extraña, abstracta deriva que toma el filme de McDonagh, desde la comedia de la Ealing hasta la tragedia beckettiana, está la esencia de esa afirmación. No solo se trata, pues, de examinar las malolientes vísceras de la dependencia emocional, o de lo cerca que está el amor del odio, o de entender la complejidad psicológica de la amistad masculina. Se trata, también, de reflexionar sobre cómo un registro se descompone en su opuesto -y cómo eso se canaliza a través de la prodigiosa interpretación de los actores, especialmente de un conmovedor Farrell-, cómo un género se comunica con otro, cómo los nativos de la ficción despiertan a la vida para percibir que están al borde del abismo.
Lo mejor:
McDonagh domina con rigor y fluidez la mutación beckettiana de la trama, y los actores están fantásticos.
Lo peor:
Que los que vayan a verla pensando en que es una comedia se sientan decepcionados.