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Estreno
Crítica de "La buena letra": caligrafía de lo íntimo en la Guerra Civil ★★★★ 1/2
Dirección y guion: Celia Rico Clavellino, según la novela de Rafael Chirbes. Intérpretes: Loreto Mauelón, Enric Auquer, Roger Casamajor, Ana Rujas. España, 2025. Duración: 110 minutos. Drama.

Hubo un tiempo en que la pregunta “¿Otra de la Guerra Civil?” se convirtió en la coletilla de rigor para definir los malos hábitos de cierto cine español de la Transición que, bajo la ley Miró, identificó la necesidad de hacer industria buscando el prestigio de la memoria histórica. Era ese un gesto necesario después del franquismo, aunque certificó la operación con un tipo de producciones que obedecían a una fórmula algo rígida -adaptaciones de grandes clásicos literarios, cine de época, acabados de ‘qualité’- que contribuyó a que en su imagen corporativa no hubiera espacio para los borrones ni la mala caligrafía.
En ese sentido, resulta casi irónico el título de “La buena letra”, como si Rafael Chirbes, al escribir la novela, hubiera pensado en ese subgénero del cine español que volvía una y otra vez a la Guerra Civil para exorcizarla con buenos modos y espíritu academicista. Chirbes, como Celia Rico en esta excelente adaptación, cree que “la buena letra es el disfraz de las mentiras”. Y es que la película es justo el antídoto a esa “otra-de-la-Guerra-Civil”: aunque sus imágenes parecen aseadas, pulcras, caligráficas, esconden las turbulencias interiores de una época convulsa, en la que las mujeres, discretamente, sostenían las masculinidades heridas de esposos y familiares arropadas o encarceladas en las tareas cotidianas.
Celia Rico parece destilar así los preciosos retratos femeninos de “Viaje al cuarto de una madre” y “Los pequeños amores” en la figura de Ana, esta ama de casa, ejemplarmente interpretada por Loreto Mauelón, que, desde el silencio, la abnegación, la generosidad pero también el rencor y una cierta amargura, se contempla a sí misma como el bastión invisible sobre el que orbitan dos hombres de carácter opuesto, su marido (Roger Casamajor), un trabajador nato, y su cuñado (Enric Auquer), un soñador que estuvo en la cárcel y que acaba vendiendo su alma al diablo.
Rico acentúa el carácter liminar de su heroína colocándola siempre frente a puertas y a ventanas, frente a marcos que la convierten en un personaje fronterizo, como si en su quietud intermedia quisiera escaparse de las miserias de la posguerra, como si en su capacidad de observación pudiera controlar la puesta en escena de su desgracia. En esa poética un punto ascética, de una humildad austera y sacramental, está integrado el dolor del bando de los perdedores, que respiran en un sempiterno estado de supervivencia, y que parece encontrar un fuera de campo a su altura en el aliento lírico de las cartas que la protagonista intercambia con su cuñado.
Lejos de resultar excesivamente literaria, la estructura capitular del filme no hace sino ordenar los puntos de vista que oscilan alrededor de Ana, articulando con solidez la progresión dramática de la trama. Para una película que apenas sale de una casa bañada en las tinieblas, hay luz en todos los personajes, por mucho que la envidia o la traición empañen a veces sus acciones, o incluso los condenen de por vida. Rico sabe escribir su humanidad, y nada tiene que ver con la letra redonda.
Lo mejor:
La sensibilidad de la mirada de Rico, el poderoso retrato femenino y el trabajo de todos los intérpretes.
Lo peor:
Que se la confunda con cine de qualité o de vano prestigio literario.
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