Estreno
Crítica de "Die my love": los delirios de una combustión espontánea ★★★
Dirección: Lynne Ramsay. Guion: Enda Walsh, Lynne Ramsay y Alice Birch, según la novela de Ariane Harwicz. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson. Estados Unidos, 2025. Duración: 119 minutos. Drama.
Nos llegaron cantos de sirena de que “Die My Love” trataba sobre la pesadilla de la depresión posparto, o la maternidad entendida como descenso a los infiernos de la condición femenina, pero no eran más que rumores infundados: Lynne Ramsay ya hizo esa película, y muy bien, con “Tenemos que hablar de Kevin”. En esa escalofriante tragedia, que haría un fantástico programa doble con la magnífica “Salve María” de Mar Coll, la cineasta británica cuestionaba nuestros prejuicios ante las madres irresponsables al enfrentar a su protagonista (una inspiradísima Tilda Swinton) con el dilema moral de servir y proteger a una filiación satánica.
Aquí y ahora, la maternidad de Grace (Jennifer Lawrence) nunca parece un problema real, acaso el catalizador de una subjetividad disidente que ha emergido en ese periodo de aislamiento -la mudanza al campo de una joven pareja de enamorados (completa el dúo Robert Pattinson) por un motivo que nunca se nos explica- que arranca con el inicio del filme. Así las cosas, da la impresión de que Ramsay quiere documentar el nacimiento y expansión de esa disidencia.
En “Die My Love”, el arquetipo de la mala madre, como afirma la académica Sarah Arnold, no es solo producto del imaginario patriarcal sino también puede entenderse como “una figura transgresora que se resiste a la asimilación y a la conformidad”. Eso es, precisamente, lo que le interesa a Ramsay de Grace: que se resiste a ser esposa y madre, que no quiere conformarse con la vida de dependencia amorosa que ha convertido a su suegra (espléndida Sissy Spacek) en una viuda sonámbula; que es, en fin, un espíritu libre.
No hay, pues, un argumento como tal en “Die My Love”: tal vez, y no es poco, el de la disolución de una pareja, que es también la combustión espontánea del universo que han construido. Imbuida de las ráfagas de locura de su heroína, la película es un huracán de afectos oscilantes y contradictorios, que opta por agotar sus formas y límites, tanto como lo hace una Jennifer Lawrence tan entregada a la causa como en “Madre!”.
En ese sentido, el filme de Ramsay no está tan lejos de los excesos del de Aronofsky, al menos en lo que se refiere a su rechazo a un estado verbal del mundo. Una de las mayores virtudes de una película tan desequilibrada e irregular es que se presenta a sí misma como una experiencia tan irracional y sensual como la que vive su protagonista cada día cuando se despierta. Por ello, la fiera interpretación de Lawrence, que araña las paredes del baño y se desliza a cuatro patas como una pantera hambrienta, es capital para entender la propuesta de Ramsay, que tiende a celebrar la locura de Grace como si fuera la suya. Por eso no sabe medir fuerzas, por eso la película cansa y se cansa: porque delira y los delirios no tienen fin.
Lo mejor:
Jennifer Lawrence grita, aúlla, deviene animal y bestia parda, sin perder el control sobre el personaje.
Lo peor:
Lynne Ramsay no sabe cuándo parar, y da la impresión de que la película se estanca como un perro que, loco, intenta morderse la cola.