Crítica de "Ellas hablan": las voces del silencio ★★☆☆☆

Los títulos de las dos películas de esta temporada que han abordado el #metoo tienen que ver con la palabra, con el derecho a tener una voz. Ambos filmes son complementarios, son el plano y el contraplano de un mismo conflicto: “She Said” (en castellano “Al descubierto”) conjugaba en pasado el arranque del escándalo Weinstein y “Ellas hablan” lo conjuga en un presente alegórico, como un tema que sigue encendiendo el debate mediático y social, aunque la extraña intemporalidad de la acción, que se sitúa en una comunidad menonita que vive aislada de los progresos de la civilización, sugiere, por un lado, que las mujeres han crecido con la lacra de la violencia de género desde que hay memoria y, por otro, que esa violencia es inmanente al comportamiento masculino, expansiva incluso estando fuera de campo.

Las protagonistas -que, después de ser violadas repetidamente por los hombres de su comunidad, han de decidir si les perdonan, luchan por su dignidad o se marchan- inician una discusión sobre cómo liberarse, militando en una sororidad incondicional, de los mecanismos de opresión del patriarcado. En el plano teórico, “Ellas hablan” es intachable, pero el problema son las formas, las de una vieja película de tesis donde cada personaje es representativo de algo (una idea sin corazón), donde nada se dice sino es subrayado, donde la rigidez teatral del planteamiento asfixia la posibilidad de un diálogo real con las imágenes.

Explica con claridad meridiana que el tema capital del feminismo es el respeto a los derechos humanos.

Es una película decepcionante, sobre todo después de las excelencias de “Lejos de ella” y “Stories We Tell”, los dos primeros filmes de Polley.