Crítica de "Falcon Lake": fantasmas de amor ★★★★

“Todas las historias de amor son historias de fantasmas”. ¿A qué se refería David Foster Wallace con tan bello aforismo? ¿A que amar significa desaparecer? ¿A que el amor nos convierte en una fantasía? ¿A que el deseo nos proyecta hacia otro mundo, hacia lo invisible, hacia el otro lado de las cosas? Como el autor de “La niña del pelo raro”, Charlotte LeBon se hace todas esas preguntas al filmar la crónica de un primer amor adolescente como si fuera una película de bosques encantados, hechizada por una imagen, la de un cadáver flotando en la superficie de un lago, con la que inaugura su notable debut en el largo.

Ese cadáver es la fuente de un enigma, el punto ciego del que nace toda la concepción de la puesta en escena de “Falcon Lake”. Es el cadáver de un chico ahogado, que la protagonista, Chloé, una chica de dieciséis años acostumbrada a ser objeto de deseo, está convencida de que vagabundea por la zona en forma de espectro. Es la única que lo cree: ni siquiera Bastian, que aún no ha cumplido los catorce, comparte casa vacacional con ella y se convierte en algo más que su cómplice veraniego, está seguro de que no sea una de sus estrategias para llamar la atención. “Falcon Lake” atraviesa todos los puentes del relato de iniciación y del romance ‘teen’ (del placentero desasosiego del despertar sexual a la soledad compartida de la pubertad), pero sabe hacerlo con una sensibilidad y una ternura que nunca resultan ni empalagosas ni mórbidas.

Pero lo más llamativo y estimulante de la película es el tono fantasmagórico, como de peligro o amenaza inminente, que transmiten sus planos generales, su hipnótica banda sonora, la sensación de extrañamiento de sus paisajes naturales. Es precioso que las formas cinematográficas transformen el relato, lo perturben desde dentro, para que, luego, al final, lo que querían decir es que solemos amar intensamente lo que hemos perdido.

La atmósfera enrarecida que atraviesa el filme transforma su naturaleza esencial de típico romance ‘teen’.

Que su giro final se interprete como una concesión a los amantes de la sorpresa gratuita.