Crítica de "Los hijos de otros": corazón luminoso ★★★☆☆

No es una historia nueva, la de una mujer que está a punto de perder el tren de la biología, a la que no le faltan pretendientes, que disfruta de su trabajo y que, de repente, con la llegada del amor, se encuentra con el dilema de ocupar un espacio vital, el de la maternidad accidental, secundaria, que no había previsto. No es una historia nueva ni singular, tal vez por ello resulta tan orgánica, tan cercana. La principal virtud de “Los hijos de los otros” es que no necesita de grandes conflictos para que la realidad de su heroína despierte nuestros afectos: la posibilidad de un amor en esa edad en la que pesan más las circunstancias que las pasiones, la dificultad de encajar en una familia que aún se está deshaciendo, la sensación de estar usurpando el papel de madre de una niña que ya tiene una…

En la película, que Zlotowski ha concebido inspirándose en su relación con el cineasta Jacques Audiard, Rachel (Efira) podría convertirse en un estudio de caso, pero, a pesar de que el guion la rodea de tentaciones para serlo -su hermana se queda embarazada, una madre de la guardería tiene cáncer, un alumno díscolo se perfila como hijo adoptivo-, la naturalidad con que se desenvuelve en esa realidad contagia una calidez y una verdad a la que no es ajena Virgina Efira, auténtico corazón de un filme luminoso.

Lo mejor:

Siempre Efira, y la luz y la naturalidad que emanan del filme.

Lo peor:

A veces parece que el guion acorrala, de un modo un tanto artificioso, a la protagonista.