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Crítica
Crítica de «Hildegart»: Dimensiones líricas de la tragedia
Obra de Juan Durán. Intérpretes: Sonia de Munck, Sandra Ferrández, Javier Franco, César Arrieta. Miembros de la Sinfónica de Rivas. Directora: Lucía Marín. Festival LittleOpera de Zamora. 26-VII-2025

Cumple sus primeros diez años el insólito Festival LittleOpera de Zamora, un referente ya por su insólita capacidad de hurgar en repertorios poco trillados y, sobre todo, por traer a este mundo óperas de nuevo cuño. Todo ello, por supuesto, dentro del pequeño formato. A su frente está desde el principio la soprano Conchi Moyano, que acordó con el compositor vigués Juan Durán (1960) el estreno de la ópera «Hildegart».
En ella se trata de penetrar de forma directa, clara, precisa y elocuente en un hecho histórico, de compleja naturaleza, de ecos a veces contradictorios, de pasiones humanas indescriptibles, a través de la música, sirviéndose de ella para profundizar, analizar y narrar una tragedia que ha sido estudiada en los más diversos foros tratando de descubrir los tortuosos caminos que llevaron a ella. Ese aparentemente incomprensible asesinato, por mano materna, de la joven de 19 años Hildegart, una superdotada, un fenómeno de características pigmalionianas, ha sido tratado ya por el cine, la novela y el teatro. Juan Durán ha echado su cuarto a espadas y se ha enfrentado a ese espinoso tema a través de una música concisa, precisa, de trazo elegante, de muy sugerentes acentos, muy ajustada al poético texto de Javier Mateo.
Durán subraya las actitudes, describe la situación desde un planteamiento tan analítico y realista como metafórico en la construcción de oraciones y diálogos a lo largo de una hábil ordenación en la que frente a la aparentemente fría exposición de los hechos por boca de un psiquiatra y un fiscal, a modo de corifeo, se suceden las calurosas y humanísimas reacciones y comentarios de las dos protagonistas, que son encauzados a través de una escritura de un sobrio eclecticismo, que no rehúye la disonancia dentro de un ámbito tonal. Todo muy didáctico en una exposición de meridiana claridad en la que cuatro voces son manejadas con gran pericia a lo largo de un recitado dramático de claras líneas y en el que se suceden pasajes melódicos de gran significación muy anclados a sentimientos y conductas, a pensamientos y reacciones.
En un todo explícito y orientador. La escritura, limpia, elegante, bien medida, de Durán siempre es didáctica, expresiva y lógica para las voces, que suelen circular por ella con bastante comodidad. Las líneas son claras y estupendamente delimitadas y las variadas combinaciones están hechas con mucha sabiduría para que el discurso fluya natural. No se les pide a los cuatro cantantes heroicas escaladas. Y navegan por sus respectivas tesituras sin especiales problemas. Eso sí: han de poseer una intachable afinación. Algo que se cumplió en este caso. El conjunto camerístico de cinco instrumentos de viento, cinco de cuerda, piano y percusión, está muy trabajado.
La ópera, de poco más de una hora, es concisa, prieta, con bien administrados y estratégicos puntos de tensión, que no decae ni un instante, ni siquiera en los momentos más estrictamente narrativos, y que tiene distintos y bien ordenados ápices, apreciables desde el mismo inicio, verdaderamente obsesivo con ese aire de fatídica marcha que surge de las entrañas en un conminativo 2/4. Una atosigante figura en corcheas es la imponente base de la narración en esa apertura tan a lo Prokofiev con diseños de maderas agudas que, a los pocos minutos da pie a la entrada del Fiscal, que abre con un recitado más bien impersonal y descriptivo de unos hechos: “Aurora Rodríguez Carballeira, natural de Ferrol… “Locura o cordura, ¿quién lo sabe?”, concluye.
Para este estreno mundial se ha contado con excelentes mimbres. Las cuatro voces protagonistas, las elegidas por el compositor en su hábil reducción, han sido la de la soprano lírico-ligera Sonia de Munck, aérea y argentina, delicada y sutil, amorosa y sorprendida (Hildegart); la mezzo lírica Sandra Ferrández, de timbre tornasolado y vivificantes acentos, concentrada y torturada, que en sus dos intervenciones a solo (arias, si se quiere) nos dejó helados, aunque en algunos momentos pudiéramos haber echado de menos una zona grave más poblada (Aurora); el barítono Javier Franco, de recia y sustanciosa pasta vocal (Fiscal) y el tenor César Arrieta, lírico ligero de franca emisión y eficaz línea de canto (Psiquiatra).
Dirigiéndolos a ellos y al pequeño grupo de excelentes solistas de la Orquesta Sinfónica Alma Mahler de Rivas (magnífica la fagotista) se situó la siempre presta, diligente, flexible, de batuta clara y bien dispuesta, Lucía Marín, que ha entendido la partitura y se ha embebido en ella, explicándola con claridad meridiana La dirección de escena estuvo a cargo de Alberto Trijueque, que ha aportado soluciones propias y ha revelado una inventiva muy acorde con la historia. Discretas y sugerentes proyecciones nos sitúan y resaltan los hechos narrados, bien envueltos en la escenografía de Igone Teso.
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