Crítica de "El libro de las soluciones": la obra maestra inacabada ★★★
Dirección y guion: Michel Gondry. Intérpretes: Pierre Niney, B. Gardin, Françoise Lebrun. Francia, 2023. Duración: 102 minutos. Comedia.
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¿No será que Michel Gondry ha hecho su versión, lúdica y atolondrada, de “La obra maestra desconocida” de Balzac? ¿No será su alter ego un Frenhofer del ‘ready made’, que, con la excusa de escapar de los mandatos de la industria, prefiere dejar inacabada su película más ambiciosa por miedo a asumir sus responsabilidades como artista, o lo que es lo mismo, por pánico a no ser el artista que cree ser? Tal vez el Pierre Niney de “El libro de las soluciones” no tenga aspiraciones tan elevadas como ese pintor que se hace viejo terminando su retrato de una mujer imaginaria, pero lo cierto es que el filme, el primero que estrena Gondry en ocho años, también habla de los abismos de la creación.
El director de “Olvídate de mí” no es ajeno a ellos, porque la película está inspirada en su calvario personal durante la producción de “La espuma de los días”. Es un signo de inteligencia que perciba su maníaca creatividad como una trampa para los que le rodean (trampa de la que casi se libra la tía sabia, una tierna, magnífica Françoise Lebrun), utilizándola como excusa para aprovecharse de su buena voluntad, y que lo haga ridiculizándose, y despellejando vivo su narcisismo frívolo, insensible e infantil.
Con todo, no es tanto su autorretrato lo que más hondo cala en el espectador, tal vez porque Gondry se autoexculpa protegiéndose en sus inseguridades, y la película acaba siendo víctima de la repetición paranoide de una situación que ha entrado en un bucle improductivo. Lo que más nos gusta, decíamos, es algo que ya estaba en “Rebobine, por favor”: el sentimiento de que el cine es una pasión ‘amateur’ que solo tiene sentido si se hace en comunidad, y que, como acto colaborativo, cualquier fracaso es un triunfo de la voluntad y el entusiasmo.
Lo mejor:
Gondry hace leña de su árbol caído admitiendo que su genialidad caería en saco roto si no fuera por el talento y la paciencia de sus colaboradores.
Lo peor:
Su discurso acaba siendo víctima de sus bucles neuróticos, repitiéndose a sí mismo hasta lo cansino.