Crítica de "Memoryland": cuentas pendientes ★★★
Dirección y guion: Kim Qui Buy. Intérpretes: Mong Giao Vu, Thu Trand Nguyen, Van Thai Nguyen. Vietnam-Alemania, 2022, 99 min. Género: Drama.
Venecia Creada:
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Todas las muertes felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. En esa infelicidad se dejan cuentas pendientes, o espirituales o económicas, y ambas las tienen que saldar los vivos. Uno de los hallazgos más singulares de “Memoryland” es su insistencia en provocar contrastes entre la gestión anímica y la económica del duelo, entre los rituales ancestrales de la tradición vietnamita alrededor de la muerte y la realidad pragmática de sus costes. Ese contraste también lleva implícito el diálogo de sordos entre dos formas de vida: la rural, que está desapareciendo, con sus casas desoladas en venta, con los números de teléfono de sus propietarios pintados en las paredes como si fueran manchas de humedad, y la urbana, con su crecimiento desmedido y sus cadáveres incinerados. Entre esas dos formas de vida, entre los vivos y los muertos, siempre hay una deuda. El dinero puede pagar un entierro o una incineración, y Kim Qui Buy describe esas despedidas con interés etnográfico, son lo mejor de la película, pero ¿qué ocurre con las almas en pena?
“Memoryland” está estructurada en tres partes interrelacionadas. En la primera, una mujer muere, y su espíritu se separa de su cuerpo, que será incinerado por su hijo ante las protestas de su tío; en la segunda, una joven se queda viuda, después de que su marido fallezca en un accidente laboral, y se marcha sola a su pueblo natal para cerrar heridas y empezar una nueva vida; en la tercera, un pintor tendrá que enterrar las cenizas de su esposa, a la que abandonó bruscamente años ha, para descansar en paz. Kim Qui Buy imbuye a estas tres tramas, que se cruzarán no siempre en beneficio de la claridad narrativa, de una atmósfera próxima al realismo mágico, sobre todo en las escenas rurales. Aunque a veces la textura de sus digitales imágenes es un tanto rudimentaria, y a la película se le notan demasiado sus influencias -con el cine del tailandés Apitchapong Weerasethakul a la cabeza-, un ominoso diseño de sonido acompaña la acuciante sensación de muerte de todo un mundo, que se convierte, a lo largo del filme, en una tierra de fantasmas, ese país de la memoria sin rastro humano desde el que se oye el lamento de la naturaleza, que también son las voces irradiadas desde el más allá de todos los que vivieron allí, y ahora vagan en el limbo de las almas perdidas.
Lo mejor: Su carácter etnográfico, su retrato de los rituales funerarios de la cultura vietnamita.
Lo peor: Su confusión narrativa y la textura descuidada de algunas de sus imágenes.