Crítica de "As Neves": memorias de la Generación Z ★★★ 1/2
Dirección y guion: Sonia Méndez. Intérpretes: Andrea Varela, David Fernández, Antía Mariño, Xacobe Bruña, Irene Rodríguez, Diego Caro, Santi Carmena, Jennifer Soto. España, 2024. Duración: 83 minutos. Drama.
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El sentimiento de culpa es viral, transgeneracional, y nace en el pensamiento mágico de la infancia, cuando un niño sufre por creerse responsable de una desgracia que es, muy probable, no tenga nada que ver con él. “As Neves” lleva el título de un pequeño pueblo de Pontevedra, pero el espacio que abarca es el del desasosiego de la generación Z cuando se enfrenta a la responsabilidad de sus actos: un territorio nevado, expectante, como las montañas que funcionan como contrapunto del relato. El escenario es simple: dos amigas llegando a una fiesta, setas alucinógenas para todos, el vídeo sexual de una de ellas empieza a circular, el vídeo la saca del armario, el vídeo la pone en evidencia delante de su novio y de todo su círculo de amigos. Y Paula desaparece para no volver.
Su ausencia es el paréntesis de espera donde el principal sospechoso no recuerda nada (pero está seguro de su culpabilidad) y su amiga del alma sabe cosas que prefiere no recordar. Parece que “As Neves” va a convertirse en un thriller procedimental, pero Sonia Méndez, que debuta en el largo, está interesada en las emociones de los principales implicados durante el proceso, a los asistentes de aquella fiesta, ahora aislados en un pueblo en blanco, como su memoria, como la propia película. Los encuadres rechazan el mundo adulto, a menudo en fuera de campo o en plano general, pegada como está la cámara a los rostros de Andrea Varela y David Fernández, espléndido en la secuencia del interrogatorio. Ese rigor en el punto de vista encierra a los jóvenes en la angustia de la espera, que, tal vez, se dilata demasiado cuando lo que Méndez quiere decir de su generación ha quedado claro.
Hablada íntegramente en gallego, “As Neves” nos da la oportunidad, no tan habitual, de acercarnos a la vida de los adolescentes en la España rural, aunque el retrato, sospechamos, no es tan distinto al de los chicos y chicas de las grandes ciudades. Nos encontramos, pues, con la burbuja de la comunicación virtual, el acoso en las redes sociales y el uso de las drogas psicoactivas, y, por un momento, el afán didáctico de Méndez linda con la moralina, a pesar de que su mirada siempre es empática. Queda, pues, la falsa calma después del trauma, la sensación de que, ahora sí, hay algo que esa generación guardará para siempre en su memoria mientras la vida sigue jugando en un parque infantil.
Lo mejor:
El respeto por las emociones de los adolescentes al enfrentarse a una situación que pone sus principios contra las cuerdas.
Lo peor:
Está a punto de ser moralizante, y la espera da demasiadas vueltas sobre sí misma.