Crítica de "Nuestro último baile": La, La, La... Ribot ★★★

Cuántos egregios viudos conocemos ya por el cine, pero dejen, ya puestos a elegir, que me incline por una debilidad, aquel de «A propósito de Schmidt» (Alexander Payne, 2002), donde un recién jubilado que protagonizaba Jack Nicholson en uno de sus últimos grandes papeles para el cine decidía optar por la carretera y manta vía autocaravana de lujo hacia ninguna parte en especial cuando su mujer moría repentinamente. Igual que la de Germain, otro setentón, esta vez de clase media alta (esos pisos galos y burgueses de techos altos y salones como merenderos, tan grandes), que se queda viudo de manera igualmente inesperada.

Y quien, ante una familia que de tanto cuidarlo le está fastidiando la vida, decide hacer realidad una promesa que pactó con su fallecida esposa: retomar la actividad que alguno de los dos dejó inconclusa antes de irse al otro barrio. Y la de ella era bailar en un montaje de danza contemporánea de La Ribot (sí, la misma), esa grandísima artista para quien el cuerpo es como plastilina intangible y gloriosa. Y, mientras el protagonista se retuerce en los ensayos, también exprime el alma y finiquita un duelo que nunca pesó acabaría. Un filme elegante, vacuo pero tan enérgico como la Ribot cuando decide que todo es posible, hasta cambiar el guion porque a Germain todavía le pesa el alma.

Nos muestra cómo la propia vida, y la danza, puede ayudarnos a lidiar con un duelo

Que resulta predecible porque todo parece responder a cierto esquema «emocional»