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Estreno

Crítica de "El triángulo de la tristeza": miseria en primera clase ★★★ 1/2

Dirección y guión: Ruben Östlund. Intérpretes: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Dolly De Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Sunnyi Melles. Suecia, 2022. Duración: 149 minutos. Comedia.

Un fotograma de "El triángulo de la tristeza"
Un fotograma de "El triángulo de la tristeza"Imdb

El verano pasado, Netflix estrenó un reality titulado “First Class” en el que varios multimillonarios nos contaban su día a día, entre eventos regados de champán y catamaranes en pantalón corto de Prada. Entre el “found footage” de terror extremo y las parodias de Marlon Wayans, el programa demostraba que los ricos no necesitan a nadie para ponerse en ridículo. En la distancia que los separa del resto del mundo, que aniquila cualquier deseo aspiracional, está encapsulada su propia caricatura.

Si la realidad se basta a sí misma para poner en evidencia la estupidez de los opulentos, ¿necesitábamos una película como “El triángulo de la tristeza”? En la medida en que, después del fin de la Historia que anunciaba Fukuyama, la correspondencia entre las ideologías y la clase de los que las ejercen se ha pervertido por completo, el filme de Östlund, flamante Palma de Oro en Cannes, solo quiere recordarnos que el poder corrompe a quien lo ostenta, y más si antes ha sido un oprimido. Eso es lo que pensaría un millonario que se sienta amenazado, lo que problematiza el mensaje de la película.

¿Es el director de “Fuerza mayor” víctima de lo que crítica? Habría que salir en su defensa porque se atreve a meterse en jardines incómodos -en particular cuando hace una lectura inversa, pervertida, de las presuntas bondades del matriarcado- aunque su indiscriminado cinismo escoge un blanco demasiado fácil para sus extremistas dilemas morales. Eso sí, ese blanco resulta a menudo hilarante: las situaciones que Östlund inventa para revelar la miseria de sus personajes -en un crucero de lujo, en una sesión de fotos o en una isla para aprendices de náufrago, a modo de bloques prácticamente autónomos- son ingeniosas, aunque a veces se enamora demasiado de sus ocurrencias, y no controla el tiempo de las secuencias para que lo trágico se convierta en cómico, y viceversa.

Acaso le falta el control de la hipérbole que tan bien practicaban los Monty Python en “El sentido de la vida” -a la que Östlund homenajea en una escena tan escatológica como la del señor Creosota- pero tampoco hay que pedirle peras al olmo: “El triángulo de la tristeza” no es más que “El discreto encanto de la burguesía” de la era “Supervivientes”.

Lo mejor:

Sabe hurgar en la herida de los privilegios capitalistas, tiene momentos muy divertidos y Harris Dickinson y Dolly de Leon están magníficos.

Lo peor:

Si Östlund no se hiciera tanta gracia a sí mismo, solucionaría los problemas de ritmo de la película.