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Estreno

Crítica de "Urchin": la radicalidad libre de Harris Dickinson ★★★ 1/2

Dirección y guion: Harris Dickinson. Intérpretes: Frank Dillane, Megan Northam, Karyna Khymchuk, Shonagh Marie. Música: Alan Myson. Fotografía: Josée Deshaies. Reino Unido, 2025. Duración: 99 minutos. Drama.

Un fotograma de "Urchin"
Un fotograma de "Urchin"Imdb

No debería costarnos demasiado recordar a aquel adolescente taciturno, colgado de maría y armarizado en una sexualidad confusa, que encarnó Harris Dickinson en su debut en el largo, la brillante “Beach Rats”, de Eliza Hittman. Con el Mike (notable Frank Dillane) de “Urchin” el protagonista de “El triángulo de la tristeza” parece rescatar el legado de aquel personaje, como si en realidad su ópera prima como director estuviera recuperando su propia historia como actor, retomando la imagen fundacional de su fulgurante carrera.

Es interesante que esa imagen sea la de un joven desclasado, un ‘homeless’ que, después de cometer un robo con violencia y alevosía, intenta reinsertarse en una sociedad que no le recibe precisamente con los brazos abiertos, como si el propio Dickinson quisiera reivindicarse como radical libre en el contexto de un cine tan estéticamente codificado como es el británico. Es posible que el principal problema de “Urchin” es que nos sepamos de memoria la historia de Mike, que lleva escrita en la frente su condena a muerte, su incapacidad para salir del pozo por mucho que haya gente que cuente con él o que muestre simpatía por su timidez o su comportamiento antisocial.

Sin embargo, hay una voluntad patente por parte de Dickinson de alejarse de lo que esperamos de un relato semejante: por supuesto, en la interpretación de Frank Dillane, que nunca trata de ser representativa de nada, que singulariza la actitud ante la vida de Mike sin explotar ni el contexto que lo motiva ni esclarecer la psicología que lo conmueve; y en el tono de la película, que podría estar más próximo al cine de Mike Leigh que al de Ken Loach, y que se deja transformar por líneas de fuga imprevisibles, por devenires fantásticos que podrían ser ensoñaciones o delirios subjetivos, y que desplazan lo que podría ser un estilo realista, de filiación típicamente británica, hacia la imaginación sublimada que representa, de algún modo, ese espacio de indeterminación que es la mente del protagonista, donde la culpa, el trauma, la inmadurez y el sentimiento de abandono se amalgaman en una conjura de fantasmas. El viaje de Mike, que siempre es una caída, no sabe lo que es la redención, acaba donde empezó, acaso un poco más abajo, en la oscuridad de su propia anestesia.

Lo mejor:

La voluntad de Dickinson de alejarse del realismo social para trabajar la subjetividad de su antihéroe desde un lugar más singular y enigmático.

Lo peor:

Nos conocemos demasiado el esqueleto de la historia de Mike.