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Cuando Belmondo robaba botellas de leche a Sartre

El popular actor francés publica su autobiografía, «Mil vidas valen mejor que una», en la que recuerda las anécdotas que han marcado su carrera.

Belmondo
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El popular actor francés publica su autobiografía, «Mil vidas valen mejor que una», en la que recuerda las anécdotas que han marcado su carrera.

Hacía más de medio siglo que le pedían que escribiera sus memorias, y por fin se ha decidido. Belmondo publica «Mil vidas valen mejor que una» para contar su propia versión. Durante todos esos años, muchos son los que se han atrevido a escribir la vida de un hombre avaro en confidencias. Ahora, «Bébel», como le llaman en Francia, con el apoyo de su hijo Paul, recuerda las historias y anécdotas que han marcado su existencia y, en otro libro, «Belmondo par Belmondo», ofrece una recopilación de imágenes que recorren los momentos clave de ésta. Belmondo comienza su relato con una tierna evocación de sus padres. Él, escultor, que los obligaba a hacer una «peregrinación» los domingos al Louvre, lo que le ha dejado una alergia incurable hacia los museos. Cuando él o alguno de sus hermanos le preguntaban por qué los llevaba, «respondía invariablemente: para aprender, hijo mío. Respuesta que nos dejaba perplejos, a nosotros, que éramos unos niños perezosos, colmados de amor por sus padres».

Una «infancia feliz»

No faltan las anécdotas del joven turbulento e inventivo que fue. Como cuando ganó un concurso de comerciales por ser el que mejor vendió las excelencias de unos calzoncillos. También encontró una astucia para obtener leche gratis. Localizaba sitios en los que el lechero dejaba las botellas a la puerta para llevárselas. Tras detectar una especialmente fácil, el robo se hizo rutina. Le extrañaba que los dueños no quisieran saber quién los dejaba sin leche. La sorpresa fue el día en que coincidieron en lapuerta: «Porque las víctimas de mi robo no eran otras que Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Y dejé de robar la leche de esa puerta».

Belmondo recuerda los buenos momentos que pasaba con sus compañeros del conservatorio, como Jean Rochefort o Jean-Pierre Marielle. Especialmente los concursos de ventosidades que organizaban durante el rodaje de «La derrota gloriosa». Tampoco ha podido olvidar la «maldad» de un profesor que le hizo notar su fealdad: «Usted no tendra jamás entre sus brazos a una mujer en el cine o en el teatro». Aunque el tiempo lo desmintió: «Por mis brazos, en la pantalla, han pasado las más bellas del mundo de entonces», recuerda. «Sólo Brigitte Bardot escapó a mi poder de seducción».

Belmondo no podía obviar en su biografía al que siempre fue considerado como su gran«rival», Alain Delon, con el que formaba una pareja del tipo «el bello y la bestia». En realidad, fue complicidad lo que ha unido a estos dos grandes. Cuando evoca su «infancia feliz» comenta que es «el más hermoso regalo que el destino puede hacer a un hombre». Asegura que a aquellos que han sido privados del amor de una familia, él les «perdona todo». Y los lazos que unieron a esos conocidos que como han vivido en orfanatos o en la calle, en el caso de Alain Delon, «el lazo se convirtió en amistad, falsamente interrumpida por una desavenencia señalada por los medios».

La complicidad entre los dos comenzó en torno a la película «Sois belle et tais-toi» (1958). Belmondo estaba en un pasillo esperando el turno para obtener un papel en la cinta, y preguntó a otro si llevaba mucho tiempo esperando: «Me echó una mirada azul acero y me dijo: “Cálmate, están ahí”». Ésas fueron las primeras palabras que intercambiaron. Finalmente, Delon obtuvo el principal y Belmondo se conformó con uno secundario.

La escena de los dos hombres aspirando a obtener el mismo papel se repetiría después, pero sin que tuviera efectos sobre esa amistad «que jamás se ha agotado». Aunque había sitio para ambos, sí hubo fricciones con «Borsalino», en 1970. Delon era productor, además de actor, y decidió que en los carteles su nombre iría por delante del de Belmondo, a pesar de que su contrato estipulaba lo contrario. «Yo me enfadé porque no había respetado nuestro pacto de igualdad», y decidió llevar el asunto ante los tribunales, que le dieron la razón.

Tensión en el rodaje

Casi 30 años después, estaban «felices» de que Patrice Leconte les reuniera «en torno a la la frescura de Vanessa Paradis en «Uno de dos». El rodaje de «Moderato cantabile», la adaptación de la novela de Marguerite Duras, no le ha dejado muy buenos recuerdos. «El set estaba imbuido de un intelectualismo ridículo». Su compañera de reparto, Jeanne Moreau, recibió el premio de interpretación femenina en Cannes en 1960, pero para él fue una experiencia deprimente. En el país vecino, el cine «brilla con mil fuegos y luces» , mientras los periodistas se deleitan asignándole como parejas a las grandes estrellas, «bellezas temibles y chispeantes, tigresas indomables como Gina Lollobrigida, Claudia Cardinale, Sophia Loren, Pascale Petit».

Con Melville, las relaciones fueron tumultuosas. El precursor de la «nouvelle vague», era conocido por su afición a usar un Stetson y llevar unas Ray-Ban, y también por sus cambios de humor. En tres ocasiones dirigió a Belmondo: «Léon Morin, sacerdote», «El confidente» y «El guardaespaldas». En esta última el ambiente era explosivo: «Casi todos los días», recuerda Belmondo, «tenía un motivo para molestar a Vanel», hasta que no pudo soportarlo más. «me acerqué a Melville, le arranqué su Stetson y sus Ray-Ban y le empujé violentamente para tirarle. Y en el suelo lo rematé con una frase: sin tus gafas ni tu sombrero, ¿de qué tienes pinta? De un sapo gordo». Belmondo y Vanel desaparecieron del rodaje y Melville tuvo que terminar si película con las imágenes que tenía. Años después, los dos hombres se reconciliaron en un partido de boxeo.