Cine

Cuando la guerra solamente pide una vida en pausa

El director Alexandros Avranas recupera el llamado síndrome de la resignación infantil en su nuevo filme

Un fotograma de "Una vida en pausa"
Un fotograma de "Una vida en pausa"Imdb

Existe una sombra densa, un espesor indescifrable y una intranquilidad constante lindante con la asfixia visual y un señalamiento político y una culpa familiar en la última e interesante propuesta de Alexandros Avranas, cineasta estilísticamente adscrito a los códigos de cine griego que cuenta en su haber con el León de Plata por la desconcertante e incómoda «Miss Violence» y que ahora vuelve con «Vida en pausa»: una inquietante propuesta que busca situar al espectador frente al espejo de consecuencias tan poco confortable de las políticas migratorias de la Unión Europea. Hace ocho años, un extenso reportaje de la BBC recogía la realidad de un acontecimiento tan traumático como aterrador que comenzó a manifestarse a finales de la década de los años noventa en Suecia.

Conocido como el llamado síndrome de la resignación infantil, las víctimas principales de esta somatización extrema del trauma de la migración –que incluye la necesidad de un aislamiento completo, dejar de caminar y hablar o de abrir los ojos– en el que Avranas se inspira para construir una claustrofóbica narración protagonizada por un matrimonio de origen ruso que, al llegar a Suecia huyendo de la guerra de Ucrania y tras recibir la negativa de la solicitud de asilo tras meses de adaptación inservibles (al idioma, al trabajo, a la cultura), una de sus dos hijas entra en coma, son los designados inicialmente como «niños apáticos».

"El movimiento de personas siempre ha existido, pero las guerras se incrementan y, con ellas, el hambre y la pobreza. Esto es algo circular y tenemos que ser conscientes"

Alexandros Avranas

Explica Avranas en entrevista con LA RAZÓN que «sus padecimientos se remontan al origen de sus impresiones emocionales como consecuencia de los traslados obligados y de adaptaciones complicadas a los lugares a los que migran. Todo esto me parecía un material muy valioso para construir una especie de cuento de hadas terrorífico, de artefacto para el futuro también. Pensé que el público debía conocer esta realidad». Dentro de la proliferación tan extrapolable a los odios contemporáneos de prejuicios racistas se llegó a decir incluso que los niños estaban fingiendo o que los padres los envenenaban para asegurar su residencia. Ninguna de estas historias, evidentemente, fue ni ha sido comprobada.

Aunque durante estos años las cifras se han modificado y antes los más vulnerables eran los niños de grupos geográficos y étnicos particulares como los de la antigua Unión Soviética, los Balcanes, los gitanos o los yazidíes, la actual multiplicación de conflictos bélicos convierte la posibilidad de repetición en un hecho extremadamente preocupante tal y como el cineasta advierte en forma de despedida: «El movimiento de personas siempre ha existido, pero las guerras se incrementan y, con ellas, el hambre y la pobreza. Esto es algo circular y tenemos que ser conscientes».